Restos del naufragio: X

Jan 24, 2010 12:44

Fandom: Restos del naufragio (historia original).
Claim: General.
Tabla: Rock.
Reto: 6. “Never thought I’d see your face the way it used to be”
(Ten years gone) Led Zeppelin
Rating: PG-13 (supongo).
Palabras: 1.992
Notas: nos acercamos al final de la historia con el penúltimo capítulo. Tal vez me quedara un poco largo, pero hubo un momento en que no podía dejar de escribir. En cuanto al siguiente y último capítulo, creo que tardaré bastante en escribirlo (¡lo siento!) porque ni siquiera sé todavía cómo va a acabar la historia. Hay dos posibles finales: uno bueno y otro... no tan bueno. Y tardaré en decidirme x3.
Sin betear, para no faltar a la costumbre... Por favor, REVIEWS, tanto si son buenos como si son tomatazos. Son la gasolina del escritor.

Es casi otoño y Madrid, la universidad y el Doble o Nada reciben a Lía con los brazos abiertos.

Como siempre, se pelea durante unos segundos con la cerradura del apartamento hasta que consigue abrir la puerta. El olor de algo rico en el horno (un bizcocho, probablemente) le da la bienvenida, seguido de la cocinera, Rocío, que enarbola una sonrisa cansada a modo de saludo.

Lía recuerda que su compañera de piso había dejado dos asignaturas para septiembre y ve por todas partes las señales: apuntes desperdigados encima de toda superficie plana, papeles con fórmulas garabateadas pegados a las paredes, una fina película de polvo sobre todos los muebles y un desorden general que indica que hace mucho tiempo que Rocío no hace limpieza.

- Estás aquí -dice la sevillana estrechándola con sus brazos de gimnasio-. Por fin. Este piso es demasiado grande para una sola persona.
- ¿Y Gemmy Lou? -pregunta Lía hundiéndose en el olor a coco que emana de los rizos oscuros de Rocío.
- Me dijo que quería aprovechar todo el tiempo posible para estar con su familia y tal. No me extraña -la futura ingeniera la suelta por fin-, no les ve casi nada, pobrecilla.

Lía se ahorra la respuesta (“Lo mismo que yo a la mía, o incluso más”) y le pregunta por los exámenes. Rocío dice que son la semana que viene y que espera sacar las dos, aunque con el cabrón de su profesor de Tecnología Electrónica nunca se sabe. Lía asiente y se dirige hacia la cocina, en la que un bizcocho humeante la espera.

- Es mi regalo de bienvenida -explica Rocío, despeinándole cariñosamente la melena rubio platino.
- ¿Para mí? -Lía sonríe, sintiéndose un poco culpable cuando la sevillana le corta una rebanada y se la tiende. Se fuerza a mordisquearla hasta que Rocío deja de mirarla y luego la desliza, medio desmigajada, en el interior de su bolso-. ¡Estaba buenísimo!
- ¿Verdad que sí? Siempre se me ha dado bien la repostería.
- Nunca lo hubiera dicho -la gallega se ríe, balanceándose sobre las puntas de los pies-. Uhm, ¿Rocío? Creo que esta noche voy a abandonarte.
- ¿Tan pronto empiezas? -su compañera hace un puchero.
- Sí, ya sabes… Vicky no me perdona ni un día de trabajo.
- Ya. Bueno, de todas formas tenía que estudiar.

Lía asiente y hace rodar la maleta hasta su habitación. En cuanto pone un pie dentro de ésta, es consciente de la presencia de Javi, que la mira con ojos cegados por el sol desde el marco de fotos de su escritorio. Le hace un vago gesto de saludo y se deja caer sobre la cama, limpia y hecha, cortesía de Rocío. No le apetece ponerse a sacar sus toneladas de ropa y colgarlas en el armario, pero sabe que, al menos la primera noche, tiene que estar presentable.

Además, tal vez Javi se pase por el garito. Puede que incluso la banda vuelva a tocar allí.

Es esa posibilidad la que la hace levantarse, abrir la maleta y buscar una falda vaquera, por cuya longitud podría ser considerada más bien un cinturón, y una camiseta de manga larga y encaje negro con la espalda al aire. Unas sandalias con tachuelas y una ristra de pulseras plateadas completan el conjunto, pues no necesita chaqueta pese a lo avanzado que está septiembre.

Pero Javi no está en el Doble o Nada, ni esa noche, ni las siguientes.

Cada vez que la puerta del local se abre para permitir la entrada a un grupo de tíos, a Lía se le acelera el corazón y escruta todos los rostros esperando encontrar el de Javi entre ellos. En vano. Pasan las semanas, Rocío se presenta a los exámenes, Gemmy Lou llega, tan pálida como cuando se marchó en junio, y el agobiante calor va dejando paso a una temperatura más soportable. Y Javi sigue sin aparecer.

Para el día en que Vicky la llama para informarle de que esta noche es Halloween, así que tendrá que vestirse en consecuencia, Lía hace tiempo que ha perdido la esperanza.

No se esfuerza mucho, pero aun así tanto Gemmy Lou como Rocío le aseguran que mete miedo cuando sale del baño y se presenta ante ellas. Se ha extendido una abundante capa de polvos de arroz sobre la piel, como las geishas, y lleva el maquillaje de ojos tan exagerado que parece Morticia Adams. Entre los labios, rojos a lo Marilyn, asoman dos colmillos de plástico, y un corpiño morado y negro, una falda de tubo negra y unas medias de rejilla junto a unos vertiginosos tacones hacen el resto.

- Estupendo -rezonga Lía ante la reacción de sus amigas-. ¿Vais a pasaros por la fiesta?
- Puede que vaya con Brian, pero tarde -Gemmy Lou gorjea. Brian es su nuevo novio, tan inglés como ella, con el que suele pasarse horas encerrada en su cuarto. Según ella, el chaval es una máquina y, literalmente, “quiere exprimirle todo el jugo”-. Estaremos un rato en casa antes, ¿OK?
- OK -replica la gallega, sintiéndose torpe al desenterrar algo de su anquilosado inglés-. ¿Y tú, Rocío?
- Sí, ¿por qué no? Llamaré a unos amigos de la facu y nos pasaremos.
- Perfecto -Lía las deleita con una sonrisa de Drácula y se echa una cazadora de cuero por encima de los hombros-. Nos vemos allí, entonces.

Coge las llaves y su bolso y sale. En el ascensor se topa con un vecino calvo y gordo que está bajando la basura al que da un susto de muerte. El hombre rompe a reír y la grasa de la barriga se le mueve en oleadas que provocan arcadas a Lía, pero se obliga a esbozar una sonrisa cortés hasta que las puertas del ascensor se abren, permitiéndole huir.

Se prepara para una noche más movida de lo habitual en el Doble o Nada. Vicky la recibe vestida de diablesa, con tridente, cuernos y todo. Lleva un conjunto de cuero tan ceñido que es como si estuviese desnuda. Lía no es capaz de apartar la mirada de sus tetas de silicona, del tamaño de melones maduros. El cuero es tan apretado que juraría que se le notan los pezones.

- Muy bien, Lía -su encargada le sonríe complacida (Será hija de puta, piensa ella)-. Venga, no pierdas el tiempo, que hoy la gente sale a emborracharse.

Como todas las noches, es la respuesta mental de Lía. Pero se limita a asentir y a deslizarse detrás de la barra como un espectro entre las calaveras, calabazas y esqueletos de plástico que alguien (Vicky, probablemente) ha colgado por todo el bareto.

Unas horas y unas cuantas copas después, con la vista semidesdibujada por todos los chupitos y copas que ha tenido que tragarse, reconoce una cara entre la multitud de cuerpos pegados que bailan y se restriegan al unísono. Está entre ellos pero no se mezcla, no se ofrece en sacrificio a algún dios de la música para que lo posea y le haga moverse al compás de los beats que marca el DJ. La mira. Y, por un instante, a Lía se le pasa la borrachera.

Un segundo más tarde, Javi se da media vuelta y comienza a alejarse de la pista de baile, de la barra, de ella.

Lo siguiente que sabe Lía es que ha salido atropelladamente de detrás de la barra y que corre a través del mar de cuerpos entrelazados, empujando a uno, pisando a otra, en un esfuerzo desesperado por alcanzar a Javi. Finalmente sale de la pista y lo ve, con las manos en los bolsillos, la cara ligeramente inclinada hacia abajo, insinuando una leve sonrisa, y una camiseta blanca en la que se puede leer “Warning: this one is a heartbreaker bastard”.

¿Cómo puede tener tanta razón una puta camiseta?, se pregunta Lía antes de correr hacia él, los tacones patinando sobre el suelo inundado de vodka-Red Bull, ron-Cola y mil mezclas más.

- ¡Javi!
- Lía -lo alcanza y se balancea peligrosamente sobre los tacones, teniendo que apoyarse en el hombro de él. Pero tiene tanto alcohol en sangre que el contacto no le sorprende, como si no fuera algo que lleva ansiando, echando de menos, meses-. Estás borracha.

Lía no tiene tiempo ni de asentir (sí, está borracha, borracha como hace mucho que no estaba) antes de que Javi diga “Yo también”.

Se miran y sus miradas dibujan una especie de signo de interrogación gigante, un Y qué coño hacemos ahora en toda regla. La respuesta es sencilla, la tienen al alcance de la mano: se acercan lentamente, como gladiadores midiendo sus fuerzas en la arena, y finalmente colisionan el uno contra el otro, sus bocas chocan, ellos explotan.

Las manos de Lía están hambrientas de él cuando le clavan las uñas a través de la fina tela de la camiseta. Los dedos de Javi curiosean en su boca hasta que le quita los colmillos de plástico y los lanza a un lado; “No quiero convertirme en vampiro”, masculla volviendo a besarla, “ya soy bastante trasnochador”.

Hace calor, mucho calor, pero Lía ni siquiera se da cuenta. Devora a Javi como haría un muerto de hambre con un banquete digno de un rey. Perdida en la bruma del alcohol, balanceándose entre las olas del vodka con naranja que es su bebida favorita, lo empuja contra una pared hasta que siente el choque contra la espalda de él. Se aprieta a él y con una mano le acaricia la polla por encima de los pantalones, notando la dura silueta presionando contra la bragueta.

- ¿Follamos? -murmura en su oído, pero no es una pregunta, sino una afirmación. A tientas busca la puerta que sabe que la llevará al almacén, testigo de muchos otros polvos apresurados cuando las cosas todavía no se habían roto y eran bonitas y no había dolor.

Apoya en él todo su peso hasta que lo tumba completamente en el suelo. Las manos de Javi son rápidas y ya tiene el bajo de la falda por la cintura y las medias a punto de llegar a la altura de los zapatos. Lucha un segundo con el botón y la bragueta de los pantalones de Javi y luego con los gayumbos, hasta que por fin lo tiene en todo su esplendor ante ella.

Él busca un condón en la cartera y ella no espera a que lo encuentre, sino que se monta sobre él y el familiar y placentero dolor de tener algo en el coño la recorre. Javi balbucea algo acerca de condones pero Lía no le escucha y lo besa con fiereza, salvaje. No piensa, no siente nada, sólo la polla de Javi dentro de ella, las manos de él en sus caderas y sus respiraciones cada vez más agitadas.

Le cuesta enfocar la mirada así que termina por cerrar los ojos. Se olvida de toda precaución, se deja llevar y gime cosas incoherentes que lo único que hacen es azuzar a Javi para que se mueva más rápido. El orgasmo le llega a ella antes que a él; Lía lo ve venir de lejos y le gustaría congelar el momento, retrasarlo lo más posible, pero es incapaz. Se queda tensa durante un milisegundo interminable y se corre. La sensación es tan intensa que cree que va a explotar, pero todo lo que empieza acaba y los orgasmos no son precisamente las cosas más duraderas de este mundo.

Se balancea hacia un lado mientras, debajo de ella, Javi sigue moviéndose. Finalmente él se corre también, agarrándola del pelo con una mano y con la otra apoyado precariamente en el linóleo.

Se quedan en silencio unos minutos, él todavía dentro de ella. Cuando por fin Lía se levanta y se deja caer a su lado, Javi suelta un “No ha estado nada mal, gallega” que le hace pensar por un breve espacio de tiempo que todo podría volver a ser como antes.

writing, historia original, restos del naufragio

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