Fandom: Restos del naufragio (historia original).
Claim: General.
Tabla:
Rock.
Reto: 5. “With no loving in our souls and no money in our coats”
(Angie) The Rolling Stones
Rating: PG-13 (supongo).
Palabras: 1.326
Notas: esta historia se vuelve cada vez más autobiográfica. Y se hace... raro. Pero si es lo que la musa quiere, que así sea.
Sin betear, para no faltar a la costumbre... Por favor, REVIEWS, tanto si son buenos como si son tomatazos. Son la gasolina del escritor.
Javi se queda casi un mes en el piso de Lía, Rocío y Gemmy Lou. Durante el día, duerme hecho un ovillo en el sofá, y por la noche se va por ahí a tomarse un par de copas. Cuando está en casa, casi no come; se limita a fumarse un cigarro detrás de otro y a mirar estúpidamente la tele. Ya no compone, ni siquiera toca la guitarra.
Lía lo observa manteniendo las distancias, como si fuese una bomba a punto de explotar.
- Javi, tú no estás bien -le dice un día cuando llega de la facultad y se lo encuentra viendo un programa de tarot en directo. Se sienta a su lado en el sofá y le quita el mando de entre las manos. Él ni siquiera reacciona-. ¿Me estás escuchando?
- Estoy hasta los cojones de esto -replica él tras un rato de silencio. Su voz es monocorde y baja, como si no hablara con ella, como si hablara consigo mismo.
- ¿De esto? ¿De qué?
- De esto -hace un gesto amplio que abarca el salón, sí, pero también el apartamento, el barrio y la ciudad entera-. Mírate, Lía. Y mírame a mí. Tú estudias una carrera, haces algo por tu vida, y además trabajas. Llegarás a ser alguien. ¿Y yo qué hago? Yo no hago nada, sólo arrancarle notas a una guitarra vieja en un bareto de mala muerte.
- Eso no significa que seas mejor ni peor que yo -Lía suspira; sabe que no suena muy convencida. En parte está de acuerdo con lo que dice Javi, pero sólo en parte-. Fue tu elección, ¿no? Era lo que querías cuando eras pequeño.
- Pequeño… -Javi extiende los labios en una sonrisa amarga-. Pequeño, sí. Cuando tenía quince años estaba tan seguro de que algún día sería una estrella del rock que ni siquiera me planteé hacer el bachiller. Y mira dónde estoy ahora. De invitado forzado en la casa de una chica que ni siquiera es mi novia porque la madera me echó del loft en el que vivía.
Los viejos sueños eran buenos sueños. No se realizaron, pero me alegro de haberlos tenido.
Lía recuerda en un fogonazo esa frase inmortal de Los puentes de Madison, una película que se convirtió en su favorita allá por el año noventa y pico, cuando todavía vivía en La Coruña y las cosas parecían fáciles y previsibles. Pero las rutinas se rompen, los amores se acaban, los amigos se pierden y las cosas cambian. Sobre todo, las cosas cambian.
- Quiero ayudarte, Javi -consolarte, tal vez, pero no lo dice-, de verdad que sí, pero no sé cómo -sus palabras dejan traslucir su frustración por no saber cómo actuar, qué hacer, qué decir-. No sé cómo.
Javi hace un ademán con la mano que, unido a su encogimiento de hombros, significa que no importa. No la culpa. Nadie puede ayudarle. Sólo un científico con una máquina del tiempo o un brujo capaz de devolverlo al pasado podría.
Están sentados muy juntos en el sofá, sus hombros rozándose una y otra vez como polillas borrachas en torno a una vela. Cada contacto los llena de escalofríos y hace que se aparten un poco, pero no tardan en volver a acercarse. Es inevitable. Como todo en esta vida, es inevitable.
- ¿Qué vas a hacer? -pregunta Lía, temiendo la respuesta. La conoce y al mismo tiempo desearía no conocerla. Desearía que todo fuera diferente, que las cosas se hubieran mantenido igual desde el principio, que no hubieran evolucionado hasta su estado actual. Equilibrio eterno. Una utopía, le dice la voz de su profesor de Filosofía del Lenguaje al oído.
- No sé.
- ¿Y los otros?
Javi suspira y entierra la cara entre las manos. Se queda unos segundos en esa posición, como haciendo acopio de la fuerza necesaria para contestar.
- Alex se fue al piso de su hermano pequeño, que está haciendo Arquitectura. Sergio se volvió con sus padres a Zamora, será mierdas. Y Dani… -por la cara de Javi pasa una sombra de dolor rápidamente camuflada-. La verdad es que no tengo ni idea. Pero Dani siempre se las arregla bien solo.
Lía asiente, rígida. No le gusta pensar en el batería, un perenne recordatorio de los errores cometidos y los buenos tiempos que quedaron atrás.
Cae en la cuenta de que hay muchas cosas en las que no le gusta pensar. Se le da bien cerrar los ojos ante aquello que le da miedo, le provoca dolor o le cuesta aceptar. Se le da bien llevar el corazón en una jaula en la que las cosas malas no lo alcancen. Se le da bien construirse una coraza para protegerse de amenazas externas. Se le da bien fingir que todo va bien, que todo está perfecto, que nada duele y nada la mantiene toda la noche despierta, llorando.
- ¿Y tú? -le devuelve la pregunta Javi-. ¿Qué vas a hacer?
Se encoge de hombros. ¿Qué va a hacer? No lo sabe ni ella. Lo obvio, supone.
- Lo de siempre. Seguir en el Doble o Nada hasta que acabe la carrera, y luego no sé. Tal vez vuelva a A Coruña. Tal vez me quede aquí. No sé.
Tal vez me quede aquí, por ti, pero calla de nuevo. También se le da bien no decir las cosas que en realidad quiere decir, pero que le dan miedo por las reacciones que puedan desencadenar. Tal vez solicite el traslado a la universidad de A Coruña para olvidarme de ti, piensa también, pero tampoco lo dice.
- Ya.
Ya. Tienen tantas cosas que decirse que no se dicen ninguna. A veces, las deudas de palabras son demasiado grandes como para pagarlas. Así que, en lugar de hablar, se quedan en silencio, mirando al frente, sus hombros todavía tocándose de cuando en cuando.
Éste es el momento en que Lía debería alargar el brazo y coger la mano de Javi entre las suyas y, entonces, todo iría bien. Éste es el momento en que Javi debería rodear los flacuchos hombros de Lía con su brazo y apretarla contra sí y, entonces, todo iría bien. Pero no lo hacen. Lía mira fijamente al trozo de suelo enmoquetado que hay entre sus rodillas y Javi la mira de reojo, como si se le fuera a escapar de un segundo a otro.
- Creo que me voy -dice él, poniéndose de pie bruscamente y rompiendo la magia del instante, que podría haberlo hecho durar para siempre si hubieran querido.
- Sí -responde ella, levantándose casi al mismo tiempo-, creo que será lo mejor.
Cuando se está uno frente al otro, ya no tiene sentido esquivarse la mirada. Se pierden brevemente en los ojos del otro, en los que ven reflejados sus propios sentimientos y lo que ellos mismos querrían decir pero no dicen.
Javi asiente y Lía se muerde el labio inferior.
- Esta vez es para siempre, ¿no? -pregunta, pero no es una pregunta, y la voz no le tiembla pero siente que se rompe por dentro en mil pedazos sin posibilidad de arreglo.
- Supongo que sí.
Lo acompaña hasta la puerta y él se queda allí, apoyado en el marco, con las manos en los bolsillos, la cabeza levemente ladeada y la cazadora de cuero negro de estrella del rock’n’roll.
- Cuídate mucho, gallega -como la otra vez.
- Lo haré. Cuídate tú, Javi -tú lo necesitas más que yo, yo sé cuidar de mí misma.
- Descuida.
El gesto que le dedica con la cabeza lo despeina ligeramente y el dolor es demasiado intenso para que Lía pueda procesarlo físicamente hasta que Javi desaparece de su vista.
Entonces, la alcanza. Como un tsunami que llegara a las costas hawaianas, con sus nativas bailando el hula-hula en la arena. Y se la lleva por delante.
Ya no hay collares de flores, ni faldas de juncos moviéndose para los turistas en la playa.