Dec 18, 2005 03:51
A veces no se donde buscar la pregunta de mis respuestas. ¿Estarán debajo del brazo? Lo dudo, allí nunca las encuentro. Rebusqué en los cajones y hasta encontré en mis dedos mermelada pero nada más. Miré en los ojos que me miraban. Los había de sabor a piedra fresca y con olor a malvas. Volví antes de tomar la puerta a las ilusiones fantaseadas.
Últimamente los días se hacen con sabor a new wave. Se deshacían en mis dedos, entre los poros de la lengua que vibraba.
¿Cuantas veces recorres el dorso de la mano con una pluma de hierba azucarada? Un grillo me recordó que tenía comida en el alfeizar de la ventana. Desde hacía un tiempo era la única forma de comerla. Ciertamente si no tenía sabor a vida la detestaba.
Busqué y rebusqué entre los cristales de una lupa vieja. Quería encontrar tus dedos dibujados en ella, con cuidado, como cuando los posabas sobre mis parpados para acariciarlos con los labios. Como cuando salía a dormir al campo, con los pies en el agua fresca y los dedos manchados de colores que te había robado con cada caricia en otoño. Llevándomelos como las hojas, para coleccionarlos entre mis dedos de papel y mirarlos a escondidas para que me susurrasen como los había conocido. Robé una sonrisa a un girasol, para ponérsela a una margarita que estaba alicaída. Con un beso me despertó el roble, ten cuidado con las manos sucias. Me manché la ropa del verde de la hierba fría. Mientras encontraba canciones entre los matorrales, donde las cucarachas tienen sus tiendas de productos exóticos, esos que van despareciendo de las alcobas. Compré tres collares nuevos para ver brillar tus ojos entre las urracas. Se me puso el pelo de punta al patinar descalzo sobre el lago que se helaba. Después dejé el suelo, me fui con un sapo que respiraba suave, tanto que volaba. Intenté aprender pero me caí en una roca cercana, entre los sabores de caramelo, sabor de las botellas nuevas que tienen zumo de naranja y pomelo.
Di la vuelta para mirar mi espalda tan rápido que me caí al suelo. Sonreí en tu sonrisa de colores que se hacía de granos de arroz moviéndose en círculos nuevos. Entonces miré para otro sitio, donde no estuviese el telescopio con el que se miran las uñas los científicos más viejos.
Se apagó la luz y se pintó todo de colillas de ratón campestre. Estornudé por las cosquillas. Tomé tu mano y corrimos tras ellas jugando con un ganapan a cogerlas.
Luego salté al agua.
El otro día te vi volar moviendo las orejas. ¿me enseñas?