Mayo del 68 fue el mes de la esperanza. Creímos, no sin ingenuidad, que los seres humanos habían decidido por fin comportarse como tales. Por razones mal dilucidadas los jovenes de buena familia pretendieron inaugurar la era de la irrisión. Recorrieron las ciudades de Francia - principalmente de París - gritando consignas sorprendentes como por ejemplo: "Seamos razonables, pidamos lo imposible", "Prohibido prohibir", "Exagerar es empezar a inventar". Se dió la palabra a los muros, donde se podía leer: "Somos ratas (quizá), y mordemos. Tenemos la rabia","En cada uno de nosotros duerme un policía, hay que matarle","Olvidemos lo que hemos aprendido, comencemos a soñar","Es doloroso soportar a los jefes, es realmente estúpido elegirles". Y sobre todo: "La vida está en otra parte".
¿Pero dónde? Ahí residía el punto débil de la empresa. Aparte de adelantar la fecha de las vacaciones, los estudiantes no proponían nada y el hombre quiere que la historia tenga un sentido. Aquélla, que no era seria, terminó rápidamente. El presidente comunicó por la radio el fin del recreo y todo volvió al orden. Los jefes volvieron a mandar y los subordinados - que bonita palabra - a obedecer; los ricos a enriquecerse y los pobres a empobrecerse; los hombres a ordenar y las mujeres a fingir sumisión. Se disolvió la Asamblea Nacional, que no tenía más de un año. Tuvieron lugar nuevas elecciones. Los que habían tenido miedo no perdonaron a los que les habían dado miedo, sobre todo a los que habían sido testigos de su miedo.
Les mandaron al rincón.