La charla-coloquio de Umberto Eco resultó, en mi opinión, algo superficial. Y no lo digo desde una posible deformación personal o profesional, sino en términos absolutos: la cosa se redujo a unas cuantas ideas muy generales y simples acerca de la belleza y la fealdad apoyadas con proyección de imágenes -no dio tiempo a hablar sobre lo falso: a pesar de que el acto comenzó tarde, se atuvieron escrupulosamente al tiempo; mal la organización en ese sentido. Luego me dijo mi amiga Sonia que sabe de fuentes fidedignas que la organización del Festival fue indicando a todos los participantes que el nivel de sus intervenciones debía ser lo más básico posible; el evento cultural se confirma así como el bluff políticamente correcto que desde el principio apuntaba ser. No obstante, Eco, aparte de un sabio es un showman, y no sólo brindó alguna intuición interesante sobre el tema, sino que hizo reír al público (que abarrotaba la sala) en numerosas ocasiones, como por otra parte era de esperar.
Lo principal de su intervención puede resumirse en los siguientes puntos (lo que hay entre corchetes son observaciones mías):
-Tanto la belleza como la fealdad son relativas. Dependen de las distintas épocas y culturas. De ahí que sea más fácil (y recomendable) historizar sobre ellas que teorizar.
-La belleza, en cuanto que implica norma, tiende a ser limitada, mientras que la fealdad, en cuanto desvío, es variada e infinita: una nariz hermosa sólo puede ser fina y recta y poco más (al menos en la cultura occidental). Una nariz horrible puede serlo de muchas maneras. De ahí, por cierto, que la fealdad nos resulte mucho más interesante y que, llegado un punto, la belleza -sobre todo en el arte- aburra. [Aquí no pude evitar pensar en el comienzo de Ana Karenina: "Todas las familias felices se parecen unas a otras; cada familia desdichada lo es a su modo" y la interesante correspondencia que se establece con lo dicho; por aquello del aburrimiento, en efecto Tolstói nos cuenta la historia de una familia infeliz, claro.]
-Hay que distinguir entre lo bello natural y lo bello artístico, y lo mismo para lo feo. Así, puede haber algo que, siendo muy feo en la realidad, lo encontremos "bello" (=estético) en el arte [esto ya lo indicó Aristóteles en su poética cuando dijo que encontramos bella la representación de objetos o situaciones que en la realidad nos resultarían repulsivos, tal es la fascinación de la mimesis]. Por ejemplo, la mujer del retrato, la Duquesa fea del pintor flamenco
Quentin Massys, sin duda lo es, pero tampoco cabe duda de que el retrato en sí puede considerarse (y es) bello.
Por el contrario, algo muy bello en la realidad podemos encontrarlo horrible desde un punto de vista artístico. Esto es a lo que se le denomina kitsch:
El ejemplo (aquí es donde se aprecia la profesionalidad de Eco como showman), efectivamente horroroso en lo artístico, se trata de un cuadro pintado por Adolf Hitler; aquí Eco hizo el chiste previsible: "menos mal que se dedicó a la política", con las consiguientes risas del público.
-El kitsch es por tanto una suerte de arte falso (aquí, la única mención a lo falso de la charla): algo que percibimos como una falsificación del arte en su esfuerzo excesivo por resultar artístico (=emotivo, expresivo) a toda costa. Otra magnífica pincelada-definición de lo kitsch dada por Eco: hacer que lo nuevo parezca viejo, por ser lo viejo más "prestigioso" (de nuevo aparece la falsificación) [al decir esto me acordé de
bodonisans y sus inteligentes ideas sobre decoración: sin duda el mueble rústico-colonial es kitsch]. Pero aquí es donde aflora la relatividad de todas estas nociones: en los años setenta, como explica Susan Sontag, en los círculos intelectuales gay de Nueva York comenzaron a revalorizarse los objetos kitsch: se "recuperaban" de modo irónico y pasaban a constituir un signo de estatus y sofisticación: es lo que la propia Sontag denominó el camp [Almodóvar es el mejor ejemplo español de lo que es este kitsch consciente o camp]. Como resumió Eco: en materia de arte o estética, siéntate en el río y acabarás viendo pasar el cadáver de tu enemigo, y lo poco valorado hoy será mañana una obra de arte de valor incalculable.
-La situación de la belleza hoy día podía definirse como de politeísmo: en todas las épocas había un ideal (aunque variara de una a otra). Ésta es la única en la que conviven ideales opuestos de belleza y fealdad: todo parece haberse vuelto aceptable.
La conferencia, como digo, fue en realidad coloquio. El interlocutor de Eco, cuyo nombre no recuerdo, parecía estar un poco de vuelta de todo, pero resultó discreto y eficaz (se notaba que lo tenían preparado). El escenario, por cierto, fue un magnífico ejemplo de kitsch: sendas sillas y diversas macetas fuera de contexto que lo hacían parecer un decorado de La tarde con María Teresa Campos o algo así. A la conferencia fui con Javier Arteta y con
susimarquez, con quien luego pasamos un estupendo día de sábado.
Y sí, Umberto Eco, quizá consciente de que se debe a su público, después de la charla se sentó en el hall del auditorio y firmó pacientemente libros a todo el que quiso (también entradas y programas) y se dejó fotografíar; se formó una cola notable. Y a mí me firmó El péndulo: