Me salgo un ratito del maravilloso Mundo del Libro (Historia del, Composición, etc.) -capítulo III de mi tesis- para comentar una casualidad obituaria: ayer murió
Ingmar Bergman, y hoy lo ha hecho
Michelangelo Antonioni. Resulta curisoso porque ambos son quizás los máximos representantes del tópico grueso del cine europeo (intelectual, vanguardista, profundo, sin argumento aristotélico obvio) frente al tópico grueso del cine americano (entretenido, narrativo, comercial, convencional). Durante mucho tiempo fue de buen tono intelectual poner los ojos en blanco ante el cine de Bergman o Antonioni: eso era ser culto; después se ha puesto de igual buen tono intelectual -siendo cultos y campechanos a un tiempo- calficar las películas de estos dos directores de coñazos pretenciosos y vacuos mientras se pone cara de complicidad. Hace poco, a cuenta de otro tema, pensaba lo obvio al respecto: que ante lo nuevo o lo diferente, en la tensión entre denunciar que el emperador está desnudo y la evidencia de que todo lo nuevo en el arte y la cultura que después ha sido reconocido y honrado debidamente primero se lo ha tachado de ininteligible y pretencioso -el gótico, los impresionistas, Debussy, las "demasiadas notas en Mozart", los estudios sobre Racine de Barthes, la polifonía, el empleo del papel frente a la piel para el manuscrito, Proust...- tenemos que tener mucho cuidado, poque ambas cosas pueden ser ciertas dependiendo del caso y a veces al mismo tiempo. Descansen en paz.
Fanny y Alexander (Ingmar Bergman, 1982)
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Blow Up (Michelangelo Antonioni, 1966)
(ojo: se trata de la escena final de la película. No revela nada sobre ésta, pero que lo sepáis.)
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