Mañana a partir de las 10:00 a.m. se ponen a la venta por Internet las entradas de la de la
56 Edición del Festival Internacional de Música y Danza de Granada, que este año será del 22 de junio al 8 de julio. De toda la vida de Dios las entradas se habían comprado haciendo cola en el Corral del Carbón; en las últimas ediciones, hubo algunos exagerados que incluso hicieron noche; también era habitual encontrarse a pobres mandados hacer cola para comprarle las entradas los señoritos de Graná... Después se adoptó un método que implicaba apuntarse por Internet a una lista; luego se escogía un nombre ante notario, que era el primero en elegir entradas, y, a partir de ahí, se seguía el orden alfabético de los apuntados hasta agotar las localidades: todo dependía de la suerte. Por último, este es el segundo año que las entradas se venden directamente a través de Internet mediante
General Tickets, una empresa ad hoc que garantiza un acceso masivo a su página sin bloqueos y la compra segura, etcétera... Comprar las entradas así es relativamente más justo pero estresante: me recuerda a los repartos de tierras entre colonos de las películas del Oeste, cuando se daba el pistoletazo y entonces los más rápidos clavaban sus estacas y se quedaban con los mejores terrenos... La cosa consiste, en efecto, en tener muy claro lo que quieres, ir primero por los conciertos más solicitados y ser muy rápido. El año pasado, con la prisa, me equivoqué y saqué una entrada de más a un concierto; luego pude venderla sin problemas. Veremos a ver mañana. Otra cuestión es el elitismo inherente a la compra; no hay vuelta de hoja: si no tienes conexión a Internet y, sobre todo, si no tienes tarjeta de crédito (no valen ni de débito, ni Visa Electrón ni virtuales), sencillamente no puedes comprar entradas en el Festival de Música de Granada. Se supone que luego pueden adquirirse directamente en taquilla, pero, por supuesto, para entonces se han agotado. Yo no tengo tarjeta de crédito. Todos los años me voy apañando con amiguetes. Este año he realizado la simbiosis con
Rosaura Álvarez: ella pone la tarjeta, y yo Internet y el saber comprarlas.
El Festival de este año está dedicado a los músicos españoles en París, y por ende a Manuel de Falla; y, en general, a las relaciones musicales entre España y Francia. Esto ha hecho que -diría un optimista- el Festival vuelva a sus esencias o que -según un pesimista- el Festival vuelva a un cierto inmovilismo que parecía abandonar, programando de nuevo algunas de las obras más oídas en él, a saber: las del gran repertorio sinfónico francés y ruso de finales del siglo XIX y principios del XX: Ravel, Debussy, Stravinsky, etc. Sobre todo aquellas obras de "aire" españolizante. Que a mí me gustan mucho. Pero son también muchos años escuchándolas.
El plato fuerte de este año es la presencia del pianista venerable Aldo Ciccolini. Va a interpretar en el Patio de los Arrayanes el repertorio del que es especialista: Debussy (el Segundo Libro de Preludios, incluida La Puerta del Vino a escasos cien metros de la original; Debussy nunca la vio en vivo, se inspiró en una postal que le envió Falla); Ravel (los Valses nobles y sentimentales); y el todo Falla pianistico: la Fantasía Bética y las Cuatro piezas españolas. Un lujo, por el pianista, el repertorio, el lugar, y la conjunción perfecta de todos. Por esta entrada hay que ir la primera que, además, el aforo es reducido.
La ópera de este año es un estreno: la recuperación de un título del que fuera en el siglo XVIII el prestigioso cantante y compositor español Manuel García, contemporáneo de Rossini. Una estrella en su tiempo y un compositor magnífico, cayó en el olvido hasta hace poco (ay, si hubiera sido italiano, o francés...) Al menos la recuperación va a ser excepcional. La ópera, titulada Il Califfo di Bagdad, va a correr a cargo nada menos que de Les Talens Lyriques con su director titular Christophe Rousset. Junto a ellos cantará el Coro de la OCG, lo que quiere decir que podremos escuchar una vez más a
bodonisans (y a
esbirro) en su annus mirabilis que ha incluido ya ser dirigidos por Hogwood o por Harry Christopher, en una Pasión en la que
tocaron el cielo y rompieron la barrera de su propia calidad.
De orquestas, viene la de París, dirigida por Christoph Eschenbach y Josep Pons, tres conciertos. De programación, lo dicho. También repite en lo que supone ya una tradición festivalera, Barenboim y la Staatskapelle para el cierre, esta vez sólo con dos conciertos. Uno de ellos, por cierto, extraña por lo breve: sólo la quinta de Mahler, que es una sinfonía que no llega a una hora (a precio normal). Resulta raro, pero no seré yo quien le reproche a Barenboim falta de entrega, después de los conciertos maratonianos de los últimos años, con sinfonías mahlerianas de las largas, y encima acompañadas de otras obras; pero por eso mismo no sé a qué este exceso de parquedad. En el segundo concierto, la clausura, más ajustado, podrá escucharse a otra estrella del piano, la de moda, mediática, polémica: al pianista chino Lang Lang. Bien por el Festival: así podremos opinar con causa.
La tradición de los conciertos matutinos de música antigua, casi un pequeño festival independiente, siguen siendo de lo mejorcito: este año, el Ensenblem Organun con Marcel Pèrés; Le Poème Harmonique y la excelente Orquesta barroca de Sevilla.
Por cierto, en los cafés-concierto del Teatrillo del hotel Alhambra, van a intepretar, entre otras, una de las
nueve canciones que escogí, que además da título al concierto: Les chemins de l'amour.