Club de lectura

Jan 21, 2006 20:04


Llevo ya un tiempo sumado a una Comunidad de Livejournal que se llama Club de lectura. Creo que sus objetivos quedan claros con su nombre. Cada mes comentan un libro, elegido previamente por votación, dando tiempo a los miembros que no lo hayan leído para que lo hagan. También tienen pasatiempos curiosos, como adivinar un libro a partir de su comienzo; quien acierta, pone un comienzo a su vez; caben también comentarios diversos, siempre en torno al placer de leer.

Reproduzco a continuación la entrada que he colgado hoy mismo.

Un hallazgo curioso

Como creo que muchos de los participantes de esta comunidad son aficionados a la ciencia ficción, me gustaría comentar aquí un hallazgo curioso: una novela de ciencia ficción (del tipo utopía negativa o distopía), ¡de Agatha Christie!

No se trata de ningún descubrimiento bibliográfico por mi parte. La novela lleva mucho tiempo publicada, y seguro que pronto aparecerá en la reedición que está haciendo RBA de las obras completas de la autora. Lo que ocurre es que se la ha metido en el mismo saco que al resto: crimen y misterio, y hasta que no se lee pasa desapercibida. A saber qué otras sorpresas más hay entre sus 81 títulos (se dice pronto). Por ejemplo, son también muy poco conocidos sus relatos de terror sobrenatural (creo que están recogidos en el inferior, pero no podría jurarlo: estoy a miles de kilómetros de mi biblioteca); y están muy bien; dan verdaderamente miedo.

La novela a la que me refiero se titula Destino desconocido (Destination Unknown, 1954). La cogí para el viaje a Florencia: para viajar prefiero novelas cortas y distraidas, que te permitan estar pendiente de los avisos de embarque, que ayuden a matar el tiempo y se concluyan en el trayecto. Y cuando esperaba sumergirme en un crimen cometido en un grupo cerrado de la alta sociedad, o bien en una (aparentemente) apacible comunidad rural, me topé con una novela que, primero es claramente de espías, y luego da un viraje curioso y heterodoxo hacia la ciencia ficción.

La cosa comienza con un tópico de la guerra fría; lo que parece la aportación personal de la autora al asunto: la fuga de cerebros occidentales tras el telón de acero. Pero al seguir el rastro de uno de ellos, el detective Jessop, del Servicio de Inteligencia británico, se encontrará con una trama aún más siniestra de lo que esperaba.

La novela está llena de giros inesperados, cambios de identidad y aventuras. La autora, por una vez, abandona su ámbito natural, el misterio, para adentrarse en el suspense. En las novelas de misterio, el lector tiene menos información que alguno de los personajes, y busca llegar al final para descubrirla. En el suspense, por el contrario, el lector sabe más que algunos de los personajes, y sufre viendo los palos de ciego que dan estos y cómo se van acercando, sin saberlo, al peligro o a la solución de su problema (el suspense se funda por tanto en la habilidad que tenga el autor para que los personajes te importen). A lo que no renuncia Agatha Christie aquí es a su gusto por las sorpresas, que al final se van acumulando.

Por lo demás, se trata de una obra deliciosamente naïf: sólo leyéndola de ese modo puede disfrutarse, toda vez que la trama (su mismo punto de partida) se coloca al borde de la inverosimilitud y el melodráma excesivo: una heroína de novela rosa que, cuando su vida ha tocado fondo, encuentra la redención, por puro azar, en la aventura. Aparte, no sé si por no ser su género, por una vez a Mrs. Christie se le escapan los puntos de la trama y nos hace trampa. Para quien no esté interesado en leer la novela pero quiera conocer la trampa, la cuento en el siguiente corte, destripando de paso una parte fundamental de la trama.



Al final descubriremos que Peters, el científico americano captado por la malvada organización de Arístides es en realidad un agente de Jessop (y, en una sorpresa sobre sorpresa, Boris Glyrd, el primo polaco de la primera esposa del científico fugado. Esto suena a puro chiste pero es así). Sin embargo, cuando Jessop respasa la lista de pasajeros del avión donde viaja la heroína de la obra con el detective francés, Leblanc, (con quien nunca tiene la menor reserva, al contrario) pasa por Peters como si no lo conociera (para que el lector no se entere, claro), cuando lo normal es que le diga a su colega: "tranquilo, este es de los nuestros":

-Luego viene la religieuse -continuó Leblanc volviendo a la lista-. La Hermana María no sé qué. Andrés Peters, también americano. El doctor Barron... (A.C.: Destino desconocido. Barcelona: Orbis, 1987, p. 219).

Y el otro, callado. Qué puñetera, la Christie...

La novela tiene mucho encanto: en la suerte de Mundo feliz, existen todas las comodidades posibles: las mujeres tienen una modista de París. Ojo a lo que dice dicha modista sobre una emiente mujer-científico; no tiene desperdicio:

No es que sea mal parecida si cuidara un poco su figura y si escogiera una línea que le favoreciese resaltaría mucho. ¡Pero no! No siente el menor interés por la ropa. Tengo entendido que es médico. Especialista de no sé qué. Esperemos que se tome un poco más de interés por sus pacientes que por su toilette. ¡Ah!, a ésa ¿qué hombre la mirará dos veces? (p. 208).

Su carrera no cuenta, claro. Lo que cuenta es que los hombres no la van a mirar. A quién se le ocurre ir de científica por la vida sin maquillar. Ahora bien: en descargo de Agatha Christie: esto no lo dice ella. Lo dice un personaje, que, además es lógico que dijera esto. No nos olvidemos de la narratología. Pero no deja de ser significativo.

Lo que en un principio parece que va ser una novela de propaganda anticomunista típica de la época, al final no es lo que parece. Quiénes sean los malos no está tan claro (los bueno, sí, la verdad). El excelente sentido común británico de Agatha Christie comprende el dislate principal del comunismo, esto es, la pérdida de los valores individuales; pero el capitalismo, descubriremos, no saldrá mejor parado. Y en el mismísimo final, la dama barre para casa... Y me callo, para no desvelar nada.

Lo que me resulta realmente frustrante de esta novela es que parece escrita ex profeso para Alfred Hitchcock: tiene casi todos los leit motiv de sus obras; sólo había que cambiar el pelirrojo de la protagonista por el rubio. De hecho, la novela comienza casi como Topaz y tiene cosas de Encadenados y El hombre que sabía demasiado. ¡Qué buena película hubiera hecho! Por supuesto, mejor que la novela (como ocurre con Psicosis, por ejemplo). Casi podía verla mientras leía. He llegado a pensar que Agatha Christie la hubiera escrito influida por su compatriota, pero esto nunca podrá probarse. Hitchcock, por lo que he comentado antes sobre el suspense y el misterio (el es un claro defensor del primero, y así lo recogen sus conversaciones con Truffaut), probablemente nunca se intersó por la escritora. Una pena.

La novela se lee en una tarde. Una curiosidad para quien quiera pasar un rato agradable sin pretensiones, viendo a un autor fuera de su terreno.

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