Drabble Spangel - Europa
Spangel. Cortito. Fluffy hasta decir basta. Por que lo necesitaba. Porque esos dos vampiros me vuelven loca y les quiero taaaaanto. Porque tengo un algo con ellos recorriendo Europa. Y porque adoro esta escena, la.adoro.
Europa
Después de sobrevivir a duras penas al Apocalipsis en Los Angeles necesitaban un lugar donde sentir al que pertenecían y en realidad ya no les quedaba nada ni nadie en América, así que ¿para que quedarse allí?
Habían vuelto a casa. A Europa.
Y, sencillamente, las cosas habían ocurrido.
Se emborracharon en el barrio Gótico de Barcelona y se rieron juntos en las tabernas de Salzburgo. Le volvió a coger de la mano cruzando los puentes de Praga y le besó en el último piso de la Torre Eiffel con la ciudad brillando furiosa a sus pies. Se lo folló casi con violencia y lleno de necesidad bajo un aguacero torrencial en un callejón de Venecia y le hizo el amor dulcemente una tibia noche de verano en los campos de la Toscana. Se encerraron durante días en un castillo húngaro a la ribera del Danubio y le enseño el lugar donde nació en Irlanda y al que no había vuelto en mas de dos siglos.
Ninguno de los dos quiso pasar por Rumania.
Y volvieron a Londres. Donde todo había empezado.
Y ahora se descubría mirándole mientras dormía, tumbado contra el colchón, bañado por la suave luz de la luna que entraba por la ventana y le confería un brillo marmóreo casi sobrenatural. La cabeza girada hacía él y los labios entreabiertos, esos labios que le hacían correrse mientras gritaba su nombre fuera de si, el pelo con el mismo horroroso color de siempre y que no se cansaba de llevar, las dos pequeñas marcas en su cuello que una vez Drusilla le hizo y que él tantas veces había repetido con ansia, como reclamándolo una y mil veces para él, la suave y firme espalda que tanto le gustaba acariciar, los perfectos glúteos que le volvían loco de deseo y que adoraba cubrir de besos y las largas piernas que se enroscaban alrededor de su cintura permitiéndole introducirse en el tan profunda y deliciosamente que a veces pensaba que moriría de placer.
Suspiró al notar como la simple visón de ese cuerpo amado y perfecto le producía una fulminante erección y se levantó de la cama antes de que la necesidad le hiciese despertarle para volver a hacerle el amor o tener que masturbarse mientras le miraba.
Sin hacer ruido sacó papel y lápiz de un cajón y se sentó frente a él.
Hacía mucho que no dibujaba, demasiado quizá. Sabía que él había vuelto a escribir en secreto y supuso que él sabía que lo sabía porque había empezado a regalarle todo libro de poesía que caía en sus manos. El día que le dio el primero él le miró interrogante pero no dijo nada. Al día siguiente él le trajo un cuaderno y un juego de lápices. Le dio las gracias pero lo guardó sin ni siquiera tocarlo. Cuando él le preguntó que por qué le respondió que aun no había encontrado nada realmente hermoso que dibujar.
Hasta aquella noche.
Con manos casi temblorosas deslizó el lápiz contra el papel formando la curva de su espalda y de sus nalgas.
Había visto muchas cosas hermosas durante su larga vida. Nada se comparaba a él.
Fin
Y por tenerlo archivado por aquí, que también.
Europa
Después de sobrevivir a duras penas al Apocalipsis en Los Angeles necesitaban un lugar donde sentir al que pertenecían y en realidad ya no les quedaba nada ni nadie en América, así que ¿para que quedarse allí?
Habían vuelto a casa. A Europa.
Y, sencillamente, las cosas habían ocurrido.
Se emborracharon en el barrio Gótico de Barcelona y se rieron juntos en las tabernas de Salzburgo. Le volvió a coger de la mano cruzando los puentes de Praga y le besó en el último piso de la Torre Eiffel con la ciudad brillando furiosa a sus pies. Se lo folló casi con violencia y lleno de necesidad bajo un aguacero torrencial en un callejón de Venecia y le hizo el amor dulcemente una tibia noche de verano en los campos de la Toscana. Se encerraron durante días en un castillo húngaro a la ribera del Danubio y le enseño el lugar donde nació en Irlanda y al que no había vuelto en mas de dos siglos.
Ninguno de los dos quiso pasar por Rumania.
Y volvieron a Londres. Donde todo había empezado.
Y ahora se descubría mirándole mientras dormía, tumbado contra el colchón, bañado por la suave luz de la luna que entraba por la ventana y le confería un brillo marmóreo casi sobrenatural. La cabeza girada hacía él y los labios entreabiertos, esos labios que le hacían correrse mientras gritaba su nombre fuera de si, el pelo con el mismo horroroso color de siempre y que no se cansaba de llevar, las dos pequeñas marcas en su cuello que una vez Drusilla le hizo y que él tantas veces había repetido con ansia, como reclamándolo una y mil veces para él, la suave y firme espalda que tanto le gustaba acariciar, los perfectos glúteos que le volvían loco de deseo y que adoraba cubrir de besos y las largas piernas que se enroscaban alrededor de su cintura permitiéndole introducirse en el tan profunda y deliciosamente que a veces pensaba que moriría de placer.
Suspiró al notar como la simple visón de ese cuerpo amado y perfecto le producía una fulminante erección y se levantó de la cama antes de que la necesidad le hiciese despertarle para volver a hacerle el amor o tener que masturbarse mientras le miraba.
Sin hacer ruido sacó papel y lápiz de un cajón y se sentó frente a él.
Hacía mucho que no dibujaba, demasiado quizá. Sabía que él había vuelto a escribir en secreto y supuso que él sabía que lo sabía porque había empezado a regalarle todo libro de poesía que caía en sus manos. El día que le dio el primero él le miró interrogante pero no dijo nada. Al día siguiente él le trajo un cuaderno y un juego de lápices. Le dio las gracias pero lo guardó sin ni siquiera tocarlo. Cuando él le preguntó que por qué le respondió que aun no había encontrado nada realmente hermoso que dibujar.
Hasta aquella noche.
Con manos casi temblorosas deslizó el lápiz contra el papel formando la curva de su espalda y de sus nalgas.
Había visto muchas cosas hermosas durante su larga vida. Nada se comparaba a él.
Fin
Y por tenerlo archivado por aquí, que también.