PARA:
hessefanDE PARTE DE: Amigus anonimus
Título: Es mejor ser pirata (que alistarse en la marina)
Fandom: One Piece
Personaje/pareja(s): Sanji. Nakamas. Marines estándar.
Rating: PG-13
Resumen: No hay día de navegación tranquilo, y Sanji lo sabe bien.
Disclaimer: Todo pertenece a Oda, a la Jump, a Shueisha, y al dios Enel, salvo el título, que es una cita célebre de Steve Jobs, y la obra de arte que ha creado mi comadre H. Los arreglos son todos de mis betasirenas P. y S. La tortura mental a Sanji es patrimonio de la humanidad.
Advertencias: Palabras malsonantes. Muchas palabras malsonantes. Es One Piece.
Sanji se encierra en la cocina del Sunny en cuanto se pierden de vista las últimas sirenas, con órdenes estrictas de no ser molestado (salvo, claro está, si las bellas y dulcísimas damas de la tripulación necesitan algo, como un soufflé de chocolate a la naranja o un masaje corporal con aceites perfumados amorosamente dado por manos de chef.)
-Pero Saaaaanji -protesta Luffy-, ¿y si me entra hambre?
Sanji refuerza sus órdenes con un buen capón en la cabeza del capitán. Suena a hueco, y Sanji se da cuenta, no por primera vez, de que tiene que estirarse más de lo normal para alcanzarla con el talón; Luffy ha crecido durante la pesadilla de los últimos dos años. En todos los sentidos, piensa Sanji, y antes de echar el pestillo interior deja una bandeja de carne en salazón y verduras rehogadas justo delante de la puerta de la cocina.
A estas alturas ya han alcanzado la superficie, y el mar es plácido, calmo, suave como una capa de aceite de calidad del North Blue.
Lo primero que hace es almacenar las provisiones de la Isla de las Sirenas (maravillosas, perfectas, el sueño de todo hombre de sangre roja antes de morir; en el caso de Sanji, casi literalmente) mientras repasa los platos que puede cocinar con ellas. Tiene algas del Bosque Marino para asegurar que Luffy recibe su dosis diaria de proteínas incluso si no hay fuentes de carne cerca. Se ha hecho con un peculiar aceite de escamas de tiburón rico en vitamina E para embellecer la piel de las damas, aunque Robin-chwan tiene una cara tan perfecta que poca ayuda de Sanji necesita. Ha conseguido cantidades ingentes de un pequeño pescado, una especie de sardina del fondo del océano, muy rica en hierro.
Con la pérdida de sangre que ha sufrido bajo el mar, y con la que previsiblemente le queda por sobrevivir junto a la belleza de Nami-swan, Sanji sabe que va a necesitar tomar mucho hierro.
Está planteándose qué hacer con las piezas de Rey Marino rebelde que ha sacado de contrabando cuando el barco se mueve. No es un temblor suave, de esos que indican que Luffy está jugando a ser goma de tirachinas con Usopp al mando, ni una sacudida rápida y focalizada de las que indican que la boca del maldito cabezahierbajo ha dejado caer las pesas con las que entrena la fuerza de los dientes o cualquier tontería de esas.
No. El barco tiembla como en un terremoto; una convulsión fuerte, dos, tres, otra más suave.
Un frasco de pimienta se tambalea sobre la mesa. Sanji maldice entre dientes y en dos zancadas rápidas lo ha estabilizado. Cuando el Sunny se estabiliza lo suelta, maldice de nuevo (porque, salvo en presencia de damas, no hay tal cosa como una maldición fuera de lugar) y se mueve hacia el SupaHornillo Multifunción SupaRico diseñado por Franky.
Tienen mucho Rey Marino, decide, y no está de más que Luffy coma a sus anchas ahora que parecen estar tranquilos. De cara a la cena Sanji fileteará parte de la carne y la asará a fuego lento, preparará una vinagreta con romero y...
El barco vuelve a estremecerse. El bote de pimienta cae al suelo y se rompe, y cuando el Sunny se bambolea de nuevo el aire se llena de granos molidos.
Sanji estornuda.
-Maldita sea -rezonga, mirando los pedazos de carne cubiertos de pimienta oscura-. ¿Pero qué narices están haciendo estos inútiles?
La siguiente sacudida viene acompañada de un ruido sordo y oscuro, como de cañonazo. Un frasco de canela cae al suelo desde una de las estanterías.
-Maldita sea -repite Sanji.
Sus manos parecen desconectadas de lo airado de sus pasos cuando sacan un pitillo del bolsillo de la camisa y lo encienden; son rápidas pero seguras, tranquilas. Sus piernas no lo son; la cerradura de la puerta no puede resistirse a la patada que le propina en cuanto la alcanza. El metal cede, y la puerta se abre de un golpe.
-¡Panda de inútiles! -grita desde el umbral- ¡Que os he dicho que estoy cocinando! ¿Es que no podéis estaros tranquilitos un momen… - Una bola de cañón pasa silbando junto a su cabeza y se estampa contra la pared de madera a su derecha-. Oh -termina Sanji-. Vale. Ya veo. Que nos atacan. Otra vez.
Hay situaciones que a estas alturas son ya un clásico para los piratas del Sombrero de Paja, y encontrarse inesperadamente bajo fuego enemigo es una de ellas. Esta vez el enemigo es, oh sorpresa, un galeón sobre el que ondean las velas blancas y azules de la Marina. Es un barco grande, enorme, y sus cientos de cañones no dejan de echar humo. El suelo se estremece bajo los pies del cocinero cada vez que un proyectil alcanza su objetivo, pero el Sunny es fuerte y no se deja dañar.
Un pequeño grupo de marines les ha abordado por babor. Dos de ellos intentan luchar inútilmente contra los delicados brazos que les salen de las clavículas y se cierran en torno a sus cuellos. Sanji exhala humo, da otra calada a su cigarrillo, y frunce el ceño cuando el idiota de las espadas entra corriendo en su campo de visión, descamisado y empuñando una katana en cada mano.
Su boca está libre, así que Sanji deduce que el ataque no es para ponerse serios.
-¡Eh, imbécil peloalga! -le llama- ¿Quieres aprender a pelear sin armar tanto jaleo?
Zoro gira la cabeza, pero sigue corriendo.
-¿Estás buscando pelea, so pornochacho de la cocina? ¿Eeeeh?- gruñe, y Sanji rompe el cigarrillo de un mordisco con lo que le chirrían los dientes al apretarlos. La cocina es un arte, y el zopenco cabezaverde del espadachín un salvaje sin cultura.
-Ya te gustaría a ti -responde Sanji, escupiendo el tabaco roto y buscando automáticamente un reemplazo. Su mechero destella con las explosiones de los cañonazos-. Pero si no eres capaz ni siquiera de derrotar a una panda de marines no tienes ninguna posibilidad contra mí. Soplapollas -añade, para clarificar con quién está hablando, por si el peloalgas y su ínfima capacidad de atención lo han olvidado ya.
-¿Qué has dicho?- muge Zoro. Una bola de cañón vuela directa hacia él, y a duras penas, distraído como está, consigue detenerla con sus katanas y lanzarla al mar antes de que se estrelle. Tropieza.
Sanji se ríe por lo bajo y da otra calada a su cigarrillo. Sabe a gloria.
-Ah, señor cocinero -dice Robin-chwan desde su hamaca con su habitual sonrisa entre educada y enigmática. Tiene un libro abierto sobre el regazo. A pesar de la batalla no parece haberse movido más que para colocar los brazos en posición de Cien Fleur, y Sanji tiene que hacer un esfuerzo para no sangrar de nuevo por la nariz-. Disculpa si te hemos molestado mientras cocinas.
Sanji les disculpa inmediatamente. Es Robin-chwan quien lo pide.
Con pocas ganas de volver a la cocina mientras el barco siga temblando a cada cañonazo recibido, Sanji se apoya contra el quicio de la puerta y observa la batalla. Hay muchos más marines que piratas, pero todo parece estar bajo control. Sanji no cree que haga falta que intervenga, y prefiere no alejarse demasiado de la cocina, no sea que Luffy aproveche la oportunidad para colarse y dejarle vacía la ahora colmada despensa. A decir verdad, la pelea da la impresión de ser más bien un simple calentamiento que algo serio. Si no fuera por el fragor de los cañones es probable que Sanji ni siquiera notase que sucede algo fuera de lo normal.
Satisfecho de la seguridad y comodidad de Robin-chwan, la mirada de Sanji busca automáticamente a Nami-swan. La encuentra de pie sobre la barandilla de proa, terrible y mil veces hermosa; con una mano lanza un rayo contra el barco enemigo a través de su controlador temporal, mientras que con una de sus largas piernas da una patada en la cara a un marine más aventurero (o suicida) que los demás. El viento le remueve el pelo y el corto vestido con el que ha sustituido la ropa que tan bien le quedaba en la isla de las Sirenas.
Sanji babea. Sus ojos se vuelven un par de corazones que ven la vida de color de rosa. Es probable que le esté sangrando la nariz otra vez.
-¡Nami-san! -exclama Brook, que lucha elegantemente con su bastón como arma de esgrima junto a la barandilla-. ¡Por fin! ¡Por fin me ha enseñado usted las braguitas! Ah, ¡pero qué braguitas! ¿Me las puede mostrar otra vez, por favor?
Nami-swan le ignora y envía otro rayo contra la galera de los marines. El viento le alza la ropa de nuevo, y se empieza a formar un charquito carmesí a los pies de Sanji.
Brook sonríe satisfecho (lo cual no dice mucho, dado que Brook siempre sonríe; es lo que tiene ser una calavera.)
-¡Muchas gracias! -dice con una elegante inclinación de cabeza mientras detiene el ataque de un marine de relleno con el bastón-. Se me ha puesto la carne de gallina… ¡y eso que no tengo carne porque soy todo huesos! ¡Yohohohoho!
A Sanji sí que se le ha puesto la carne de gallina. Nami-chwan es tan perfecta que contemplarla, a veces, le pone los pelos de punta. De la impresión, hasta su única ceja visible parece querer abandonar su espiral habitual y pasar a ser una buena línea recta.
Un borrón en rojo y verde pasa volando tras Nami-chwan. Sanji no tiene que esforzarse demasiado para comprender que se trata de Luffy y del imbécil del espadachín, lanzándose al abordaje del barco enemigo con la ayuda de la gomu gomu no mi. El capitán sonríe de oreja a oreja y agarra con su brazo libre la cintura de un Zoro que intenta zafarse a pesar de estar en el aire a una velocidad vertiginosa, y que grita algo así como "¡Que te tengo dicho que dejes de hacer esto por sorpresaaaarrrrrgh!"
Aterrizan con un golpe sordo que Sanji puede oír por encima del rugido de los cañones. El cocinero empieza a contar por lo bajo. Uno. Dos. Tres, cuatro, cinco. Seis, siete. Ocho. Nueve. Diez.
La galera enemiga estalla en una bola de fuego y pólvora. La madera vuela por los aires, así como el cargamento del barco, que incluía una cantidad sorprendente de hojas de papel que revolotean sobre el Sunny al iniciar su descenso. Si son de buena calidad puede que le sirvan a Nami-chwan para plantear sus ingeniosos mapas.
Los cañones enmudecen. Ya no quedan marines a bordo del Sunny.
Dos minutos después de la explosión el inútil de Zoro trepa por el costado barco y franquea la barandilla de un salto. Puede que tenga cara de cabreo, o puede que ésta sea su expresión habitual. Tiene a un Luffy empapado de agua de mar colgando de su hombro como un saco de patatas, y de un empujón lo deja caer contra el suelo.
Luffy cae hecho un guiñapo desmadejado, pero inmediatamente levanta el torso y se apoya sobre los codos.
-Shishishishi-, se ríe. Luego añade algo con tan poco sentido que nadie de la tripulación es capaz de entenderlo, salvo quizás Zoro, quien resopla para cubrir una sonrisa, se pone de cuclillas, y empuja al capitán hacia atrás con una mano encallecida sobre su hombro de goma.
Sanji sabe, como todos los demás, que el músculosporcerebro de Zoro es el único de los Sombrero de Paja capaz de comprender a Luffy en todo momento y lugar y ante cualquier situación. Es lo que sucede con la gente que tiene la cabeza vacía, supone; sólo se entienden entre ellos.
El capitán se ríe de nuevo, tendido boca arriba en el suelo de madera, y alza la mano para apretar la de Zoro. Uno de los papeles de la ya desaparecida galera marine aterriza directamente sobre su cara.
Mirando alrededor, Sanji advierte que más y más de los papeles están cayendo sobre la cubierta del Sunny. Luffy intenta apartarse el que tiene sobre la cara a soplidos, y Usopp atrapa uno al vuelo.
-Oh -dice Usopp, levantando las cejas. Tiene un arañazo fresco y rojo cruzándole la mejilla, y sus dedos están manchados de pólvora oscura. Es evidente que ha participado activamente en la batalla.
Sanji se sorprende pensando que Luffy no es el único que ha crecido. Dos años antes Usopp hubiera corrido a esconderse en el barril más cercano con el primer cañonazo.
-¿Qué es eso, Usopp? -pregunta Chopper, que se ha acercado a Luffy para comprobar que la combinación de agua de mar y explosión no le haya causado ningún daño. Sanji no sabe por qué se molesta; el capitán es de goma, y nunca mejor dicho.
-Recompensas -dice Usopp, levantando la vista del papel y alzando el cartel para que todos lo vean-. ¡Parece que nos las han subido!
En el cartel se ve a Zoro, con su cara de tarado lleno de rasguños habitual, pero en lugar de ciento veinte millones de beri, la cifra debajo de la fotografía marca trescientos millones.
-Heeeeh -sonríe el muy gilipollas del espadachín, absurdamente complacido-, eso es más del doble que antes. Heeeeeh.
-¡Felicidades, Zoro! -intenta decir Luffy, pero como no ha conseguido apartar el cartel de su cara sus palabras suenan aproximadamente como "¡Fehihiaaaaeee, Huooho!".
-Heh -repite Zoro, a quien apenas cabe un vocabulario básico en la cabeza, en opinión de Sanji, y por eso tiene que recurrir a expresiones de neandertal.
-La recompensa de Nami-san también ha subido -dice Brook, inclinándose elegantemente para recoger un puñado de papeles a sus pies-. ¡Ah! La de un servidor también. ¡Y han actualizado mi fotografía! Qué bien, porque ése es mi mejor perfil… ¡y eso que no tengo perfil porque soy todo huesos! ¡Yohohohoho!
Sanji piensa en su cartel de recompensa y ve la luz al final del túnel. ¿Es éste el anhelado momento en que una fotografía sustituya a la pesadilla que se ha hecho pasar por su cara ante millones de ojos femeninos en los cuatro mares?
De fondo, Luffy sopla de nuevo. Frustrado, se aparta el cartel de la cara y lo mira. No reacciona.
-¿Señor capitán? -pregunta Robin-chwan suavemente- ¿Qué es…? -Un tercer ojo se abre en la frente de Luffy, parpadea sorprendido y desaparece.- Ya veo -dice Robin-chwan, intentando ocultar una sonrisa.
-¿Puedo verlo yo también?- dice Chopper, y Luffy le tiende el papel.
Chopper reacciona como parece ser la norma.
-Oh -dice, de la que se sonroja violentamente.
-¿Quién es, Chopper? -pregunta Usopp, impaciente.
-Ummm… Sanji. Es… es Sanji.
Sanji se endereza y deja caer la colilla del cigarrillo.
-¿Yo? -pregunta, emocionado, y luego, porque lo primero es lo primero:- ¿Me han cambiado la foto? ¿Y qué hay de mi recompensa?
Chopper, rojo como la grana, tarda unos muy frustrantes segundos en contestar.
-La recompensa -tartamudea finalmente-. Sí. La recompensa. Ha subido. Te la han cambiado.
Sanji se permite la momentánea ilusión de haber superado al tocanarices del espadachín.
-¿A cuánto? -pregunta.
-A ciento treinta. Millones.
No es suficiente. El cabezahierbajos se ríe por lo bajo, y Sanji decide ignorar esa parte del cartel.
-¿Y la fotografía? -pregunta ávidamente. Con un poco de suerte han elegido alguna tomada en Shabondy, cuando se reunió la tripulación, o incluso alguna más actual en que aparece caballeroso y vencedor durante las peleas en la Isla de las Sirenas.
Aunque un momento antes pareciera imposible, Chopper puede sonrojarse todavía más, y así lo demuestra.
-Ah -dice tras un leve carraspeo-. También. También ha cambiado.
Sanji se permite un suspiro de alivio. A estas alturas cualquier cambio es bienvenido; nada puede ser peor que el dibujo de la cara original de Duval con su nombre debajo.
Chopper deja caer el cartel. Zoro y sus estúpidos reflejos lo recogen antes de que toque la madera del suelo. El único ojo bueno que le queda se abre mucho, dándole una apariencia todavía más lerda de lo habitual. Luego abre la boca inconmensurablemente y deja escapar una carcajada que no tiene fin.
Temiéndose lo peor, Sanji abandona su puesto de guardia ante la puerta de la cocina y avanza hacia la barandilla de proa, pero no necesita acercarse más que una zancada o dos para comprender el porqué de las risotadas del peloalgas. Se detiene en seco. Se tambalea. Se queda blanco como los huesos de Brook.
De los carteles en el suelo, uno de cada dos es suyo. Allí está su nombre, sí, y allí su nueva recompensa. Allí, la advertencia de la Marina. Y, sobre todas ellas, algo que demuestra que hay cosas peores que el dibujo de su antiguo cartel.
Vagamente advierte que a las risas de fondo del cabeza de chorlito del espadachín se han unido las de Luffy, las de Chopper, e incluso las de Robin-chwan. Se debate entre ir a dar una paliza a Zoro, volver al infierno y romper todas las cámaras de fotos que encuentre, y pensar en la princesa Shiraihoshi para desangrarse al momento. Será una muerte indolora, piensa, y hasta placentera. Mil veces mejor que aguantar la que le espera a partir de ahora.
-Quiero verlo -dice Nami-swan, y Sanji decide que es el momento de emprender la retirada.
Da media vuelta. Con la cabeza bien alta, y negándose a apresurar el paso, camina de vuelta hacia la cocina. Sus manos no tiemblan cuando encienden un cigarrillo fresco, pero sí cuando descubren que no pueden cerrar la puerta rota de un portazo.
A sus espaldas, en el suelo, queda su nuevo cartel de recompensa.