PARA:
aglaiacaliaDE PARTE DE: Amigus anonimus
Título: El sueño de Ariadne
Fandom: Inception
Personaje/pareja(s): Ariadne/Arthur, Cobb/Mal.
Rating:PG-13
Resumen: Arthur y Ariadne crean un mundo nuevo, con Cobb en la mente de Ariadne, pero Arthur le demuestra que es a él a quien quiere.
Disclaimer: Todos los personajes que aparecen son propiedad de los creadores/propietarios legales de la película Origen.
Advertencias:
Notas: Tras una breve (o no tan breve) introducción, el sueño se inserta en el momento en el cual el grupo está en el sueño del hotel con Fischer. A partir de ahí arranca la breve historia. ¡Felices fiestas!
Cuanto más nos adentramos en la mente de otra persona, más nos adentramos en la de Cobb. Es algo de lo que nos dimos cuenta muy pronto, yo en especial. Lo que no sabíamos es que este albergaba un oscuro secreto que a todos se nos escapaba. Yo llevaba años trabajando con él y, pese a todo lo que habíamos vivido juntos, en todo tipo de mundos, algunos más reales que otros, sabía que él habitaba en un universo mental completamente distinto al de los demás. Siniestro, peligroso y, sin embargo, al mismo tiempo fascinante. “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”, dijo Nietzsche, y eso era lo que le pasaba a Dom Cobb, que se había terminado por convertir en un abismo. Siempre dedicaba una gran cantidad de tiempo en hacer cosas que decía que nunca había que hacer, tal era su naturaleza caótica y desquiciada y su método. Por ello, además de mis funciones dentro del equipo, yo era su contrapeso lógico y racional, lo que hacía que nuestro trabajo tuviera una mínima conexión con el mundo real en el que las cosas se comportan como deben comportarse y en el que la realidad es lo que dijo una vez Philip K. Dick, aquello que no desaparece cuando dejas de creer en ello.
Ariadne, por ser la nueva y aparentemente ingenua última incorporación al grupo, era especialmente susceptible a los oscuros encantos de Cobb. Esto era algo que saltaba a la vista. Estaba tan horrorizada como fascinada con él. En realidad era la que más sabía de él, y la que más desesperadamente buscaba rescatarlo de sí mismo. Eso ya lo había yo visto antes en otras circunstancias. Codependencia, necesidad de sentirse necesitada. Me di cuenta muy pronto, y descubrí que no me gustaba nada que ella entrase en el juego de Cobb, con consecuencias imprevisibles para ambos. Ella había dicho: “Cobb tiene serios problemas y no pienso abrirle mi mente a alguien así”, pero, como suele suceder, a ese rechazo inicial siguió algo que poco a poco se fue transformando en una insidiosa atracción, igual que un veneno que va infectando lentamente a la víctima. Finalmente estoy yo, Arthur. Siempre dispuesto, siempre eficiente y ordenado. No esperéis ningún oscuro secreto, ni tampoco que ningún tormentoso episodio del pasado corroa mi alma. Simplemente soy una persona equilibrada, no un robot sin sentimientos. Ah, y soy tímido, pero no patológicamente tímido. Yo no tengo ningún trauma, generalmente tengo las ideas claras y cuando veo una oportunidad, procuro aprovecharla. Después de todo, yo no soy el desequilibrado del grupo.
Antes he dicho que Ariadne se sintió fascinada por Cobb y todo lo que representaba. No es del todo cierto. Desde la primera sesión vimos que más que nada estaba fascinada por todo el asunto de la creación de mundos en sueños. Aprendía muy rápido, como chica inteligente que es, y sabíamos que pronto la sosa y gris realidad le sabría a poco y se pondría como loca a crear laberintos. El problema es que finalmente decidiera hacerlo yéndose con Cobb, adentrándose en ese pozo sin fin del cual ambos no podrían salir, igual que una mujer que decide arruinar su vida por permanecer al lado de su esposo alcohólico, cayendo los dos cada vez más en un mundo del cual no hay salida a menos que acepten que quieren salir de él. La misión que nos había encargado Mr. Saito era sumamente audaz en numerosos sentidos. No solamente por el hecho de que se trataba en última instancia de implantar una idea en la mente de un sujeto, más que de robarle sus más intimos secretos, sino porque iba a ponernos a prueba a cada uno de nosotros como profesionales y como personas. Literalmente, nos iba a llevar al límite, dejando al descubierto todas nuestras carencias, errores y problemas ocultos, si no nos llevaba al limbo si fracasábamos.
Vi la oportunidad de tomar la iniciativa mientras Cobb se ocupaba de Fischer. Al mismo tiempo, yo me ocuparía de que Ariadne se diera cuenta de que estaba cometiendo un grave error dejándose fascinar por él. Ella era más racional, más cartesiana, como yo, algo que ayuda mucho cuando puedes acabar olvidando qué es sueño y que es realidad. Estábamos supuestamente en un lujoso hotel, y Cobb había logrado convencer a Fischer de que en realidad era una proyección de su propio subconsciente destinada a protegerle de los intrusos que querían extraer sus secretos. Peligroso juego que siempre resultaba arriesgado, por supuesto, pero si a Cobb le encantaba algo, esto era saltarse las reglas.
Ariadne y yo estábamos en una suite del hotel, esperando a que Cobb llegara con Fischer. Todo estaba saliendo bien, salvo por una cosa, el propio Cobb... Yo ya sabía que él estaba más inestable que nunca, justo en el momento en el que había que estar más lúcido que nunca, y también que Ariadne lo sabía, incluso más que yo. Tenía que hacer algo pronto, entonces. Dije que estábamos en una habitación de hotel. Concretamente la habitación en la que íbamos a entrar con Fischer. Era un sutil cambio de planes por mi parte que no entraba en los originales.
Arthur.- Ariadne, cambio de planes.
Ariadne.- ¿Qué?
La súbita revelación le indicó que, o bien algo andaba mal, o bien que algún elemento inesperado se le escapaba, y ambas cosas eran ciertas. Saqué del cuarto de baño la máquina de sueños y se la mostré.
Arthur.- Ariadne, ¿te atreverías a dejarme entrar en tu mente y que te mostrara algo?
Ariadne.- ¿Qué? - Esta segunda vez estaba más que extrañada.
Arthur.- Si confías en mí, y ya deberías saber que se puede confiar en mí, te enseñaré algo... Mejor dicho, tú me enseñarás algo y yo te mostraré lo que debes ver. Es sobre Cobb.
Ariadne.- No entiendo...
Arthur.- Sí, tú sabes algo de él que yo no sé y que puede poner en peligro la misión. Por favor, muéstramelo, ábreme tu mente y deja que lo veamos juntos.
Ariadne.- Comprendo, pero...
Arthur.- No hay tiempo. Sabes que Cobb es una bomba de relojería onírica a punto de estallar. Tenemos que desactivar esa bomba antes de que acabemos todos en el limbo. Sabes que puede ocurrir. Sabes que esta misión es un suicidio. Por ti, por mí, por la misión, por Cobb... hazlo.
Ariadne.- (Dubitativamente) Está bien...
Pronto estábamos en un nuevo nivel onírico, esta vez de mi propia iniciativa. Era el sueño de Ariadne. Su radical peculiaridad residía en el hecho de que ella, como arquitecto y como sujeto del sueño, podía llegar a hacer cosas totalmente distintas. Esta vez sería ella explorando su propio inconsciente, y yo como Dante fuera guiado por Beatriz en su viaje al Paraíso.
Ariadne y yo estábamos esta vez en otra habitación de hotel, aunque esta tenía una atmósfera distinta. No es que fuese de menos calidad o que la iluminación fuese particularmente distinta, sino que se barruntaba que iba ocurrir muy pronto algo distinto, inesperado.
Ariadne.- He estado aquí antes...
Era cierto, aunque yo no sabía por qué. Ella me lo iba a decir.
Ariadne.- Oh, cielos, es la habitación en la que la mujer de Cobb se suicidó...
Así que era eso, pensé. Ella conocía el suceso con más detalles que yo y sabía hasta qué punto había afectado a Cobb.
Arthur.- Ariadne, sabes muchos más secretos de Cobb que nadie, y creo que te estás dejando arrastrar por el oscuro magnetismo de su personalidad. Déjame mostrarte que eso no es realmente lo que quieres.
Ariadne.- ¿Cómo puedes saber tú...?
Arthur.- Yo sé siempre más de lo que digo. Aunque en este caso tú sabes muchas cosas de Cobb que yo apenas alcanzo a entrever, sé que algo le ocurre y que el final de lo que sea se aproxima. Deja que vivamos esto juntos.
Con una atónita mirada, no pudo menos que asentir en silencio y callar, esperando, igual que yo, que ocurriese algo. Y ese algo llegó pronto. Por la puerta de la habitación entró Cobb, fascinante y atormentado como siempre. Literalmente echaba chispas por los ojos.
Cobb.- Arthur, ¿qué has hecho? ¿Te has vuelto loco? Ariadne, debes seguir en esto como lo planeamos... Algo terrible podría ocurrir si no fuese así. Confía en mí.
Arthur.- No, Cobb, yo siempre he estado cuerdo. Tú eres el que se está volviendo loco, y estamos aquí para impedir que eso termine por ocurrir.
Ariadne.- Pero... ¿Cómo...?
Arthur.- Ariadne, él no es el genuino Cobb, sino que forma parte de tu subconsciente.
Cobb.- ¿Qué dices, Arthur? Soy Cobb, el auténtico Cobb. Entré en vuestro sueño. Recuerda que siempre supe hacer cosas que no debía hacer.
Ariadne.- ¿Entonces...?
Arthur.- No le creas, Ariadne, recuerda que en la habitación del hotel arriba estábamos tú y yo solos, y ahí apenas han pasado décimas de segundo o menos incluso. Es el Cobb que forma parte de tu mente, no el real.
Antes de que Cobb pudiera decir o hacer nada, en la habitación entró una cuarta persona. Era Mal.
Mal.- Hola, Arthur. Hola, Dom, sabes que dondequiera que tú estés, allí estaré yo cerca. Prometiste que no te separarías de mí. No seas infiel a tu promesa.
Cobb.- Prometí que envejeceríamos juntos. Y lo hicimos ya una vez.
Mal.- No, Cobb, no. Permanezcamos juntos tú y yo... para siempre.
Ante la cara angustiada de Cobb y la igualmente aterrada de Ariadne, comprendí que algo estaba a punto de ocurrir, y tenía que intervenir.
Arthur.- Ariadne, Cobb se perderá, como otra vez ya lo hizo, pero esta vez nos arrastrará a todos.
Mal.- ¡Calla, Arthur! No sabes nada, nada de lo que es amar, de lo que es desear estar junto a una persona para siempre, de lo que es desafiar todas las reglas para ello. Tú solo te has limitado a cumplirlas. Y ahora yo estoy aquí para que las cosas sean por fin como deben ser. Ven, Dom, apártate de esa estúpida y de ese que dice ser tu amigo.
Arthur.- No, Mal, no, eso ya no es amor. Cobb, no le hagas caso.
Súbitamente, Ariadne decidió tomar la iniciativa. Eso no estaba en mi plan, estaba en el suyo, si tenía alguno. Una de las paredes de la habitación se abrió, revelando otro lugar. No era una habitación de hotel, sino que era una escalera monumental de mármol que descendía hacia abajo. Ariadne corrió escaleras abajo, y yo la seguí. ¿Qué otra cosa podía hacer? La escalera parecía no tener fin, y cuando por último vimos la luz, descubrí que llevaba a una habitación exactamente igual a la que habíamos dejado, solo que en esta la pared descubierta era la opuesta a la de la primera, y ni Mal ni Cobb estaban allí.
Ariadne.- Yo no quería que ella estuviese en mi cabeza, yo no la puse allí... - Eso decía Ariadne agitadamente.
Arthur.- Pero las cosas son así. Ella está allí porque la pusiste tú, y si es así, es porque percibes que entre ambos hay un lazo muy fuerte. ¿Sabes como se llama ese lazo?
Ariadne.- ¿Amor?
Arthur.- Locura, se llama locura. Ariadne, el amor no es obsesión ni locura. El amor desea el bien del amado, no su destrucción. No fue el amor lo que perdió a Mal y está a punto de perder a Cobb, sino la insania, la incapacidad de distinguir lo que es real de lo que no, la obsesión, el tormento mental.
Ariadne.- Pero hay amor en Cobb, lo percibo.
Arthur.- Sí, mucho, pero hace tiempo que también se transformó en dolor e inestabilidad. Su forma de amar es muy distinta de la que tú podrías comprender... o querer.
Ariadne.- No te entiendo.
Arthur.- Que tú eres como yo, racional y realista. Pese a tu enorme creatividad, comprendes la diferencia entre la realidad y el sueño, al menos lo haces todavía. Eres una afortunada. Te mereces algo mejor que Cobb, que pese a su brillantez se quedó atrapado en su propio infierno. No te crees el tuyo. Puedes elegir otra cosa.
Ariadne.- ¿Cómo?... - Y sonrió por primera vez.
Arthur.- Sí, ese beso no fue solo una excusa. Pero de todas formas no te forzaré, sino que la elección la tienes que tomar tú.
Ariadne meditó. Salimos por la puerta de la habitación, que increíblemente daba a un túnel. Avanzamos por el túnel y salimos a una calle muy semejante a las del barrio latino de París. Lucía el Sol y la gente no nos miraba al pasar. Todo parecía estar bien, hasta que volvimos a ver a Mal apoyada en una barandilla al final de la calle. Esta vez Ariadne se encaró con ella.
Ariadne.- Mal, sal de mi mundo. Sal de mi sueño. Sal de mi vida.
Mal.- Sí, me iré, pero solo si viene él.
Se refería a Cobb, que había aparecido detrás de Ariadne.
Cobb.- Ariadne, tú decides. Es tu mundo, ya lo sabes.
Ariadne dudó. Se enfrentaba a profundidades que ignoraba en gran parte, aunque intuía.
Ariadne.- No, Cobb, no. Tú sabrás si decides quedarte con Mal para siempre o volver a la realidad. Es tu decisión, no puedes dejar que otros la tomen por ti.
Cobb.- Soy una proyección de tu subconsciente, como te dijo Arthur.
Ariadne.- Eso justo me dirías si no lo fueras. Te lo oí decir a Fischer. Eres un tramposo.
Cobb dudó. Fuera el Cobb real o el Cobb de Ariadne, dudó, como ya he dicho. Ariadne aprovechó esa duda para volver a tomar la iniciativa.
Ariadne.- Mal, vete de mi mundo, o haré que te vayas. Aquí mando yo.
Mal.- Atrévete, niña insulsa...
Súbitamente, todo a nuestro alrededor se deformó. Una pared translúcida apareció entre Mal y nosotros, separándonos. El suelo se corrió y nos separó unos buenos metros de ella. Por supuesto, obra de Ariadne, que era ya consciente de que todo estaba en su mano. Mal volvió a aparecer por el otro lado de la calle, sin moverse, expectante esta vez.
Mal.- Solo quien ama tanto como yo es capaz de volver de entre los muertos si fuera necesario.
Arthur.- No, Mal, lo tuyo no es ya amor, porque solo los vivos aman, y tú hace tiempo dejaste de vivir. Solo eres la sombra de un amor que hubo mucho tiempo ha, en la mente de un hombre torturado. Déjale en paz.
Ariadne.- Sí, Mal, vete. Por el bien de Cobb. Déjale seguir adelante.
Mal dudó un momento que duró casi una eternidad. En el mundo de los sueños, nunca se mide bien el tiempo. Ella y Ariadne se miraron. Y de pronto Cobb habló.
Cobb.- Sí, Mal, vete. No volveremos a estar juntos. Ya lo estuvimos. Deja que te recuerde tal como fuiste realmente y no que me aferre a un pálido fantasma de ti. Yo te maté, Mal, yo te convencí una vez de que pusieras fin a tu vida aunque fuera una vida ficticia, pero no supe prever las consecuencias y también pusiste fin a tu vida en el mundo real; ahora tengo que pagar por ello. Tuvimos nuestro momento, pero ahora tengo que dejarte marchar.Vete para siempre.
Ese era el secreto que tanto atormentaba a Cobb, el culparse por la muerte de Mal. ¿Hasta qué punto sería cierto eso realidad y hasta qué punto el fruto de su mente atormentada? Empezaba a sospechar por qué Cobb sabía que se podía implantar una idea en la mente de otra persona. Sorprendentemente esta desapareció por la calle, como comprendiéndolo todo, doblando finalmente la esquina y dejándonos a los tres.
Ariadne.- Cobb, para poder regresar vas a tener que perdonarte mucho, pero no vas a hacerlo solo. Estaremos contigo. Somos un equipo.
Cobb.- Tenía que enfrentarme a ella.
Arthur.- Lo hiciste.
Cobb.- No, lo hizo Ariadne. Recuerda que yo formo parte de su subconsciente.
Daba igual que fuese así o que fuese el auténtico Cobb entre nosotros. Lo importante es que Mal se había ido, y esperaba que para siempre.
Arthur.- Ariadne, tú eres la arquitecta y tu eres la soñadora, pero aún tienes mucho que aprender. El juego es mucho más que construir mundos y laberintos en los que perderse. El laberinto más intrigante está aquí dentro, en la mente humana, y de ese es posible no salir nunca.
Ariadne.- ¿Y qué hacemos ahora?
Arthur.- Ariadne, enséñame tu mundo, enséñame tu mente.
Así hicieron, recorriendo las callejuelas de París, o al menos estas en sueño. Sin embargo, Cobb les seguía, vacilante, y Ariadne reparó en él de nuevo.
Arthur.- Ariadne, Cobb solo desea volver a casa.
Ariadne.- Cobb, puedes irte si quieres. No te culpes de nada. No te obligaré a quedarte, ni a irte. No tienes ya ninguna carga, ninguna obligación más que contigo mismo. Sé libre, decide.
Cobb.- Soy una proyección tuya, ¿no? Así que haré lo que piensas que el Cobb real haría. Dime qué haré entonces.
Ariadne.- No, Cobb, este es mi mundo, pero quiero que la decisión sea tuya. No te diré nada, tú actuarás.
Cobb vaciló. En ese momento, Ariadne me miró sonriendo y supe desde ese instante que todo iría bien. Supe qué quería decir esa mirada.
Ariadne.- Arthur, te enseñaré mi mundo y luego...
Arthur.- … Y yo te enseñaré que también se pueden construir mundos propios en la realidad, no en sueños. ¿Estarás dispuesta al menos a intentarlo?
Ella asintió. Ariadne y yo desaparecimos entre las callejuelas de París. Sabía que volveríamos al mundo real, que no nos perderíamos en sueños ensimismándonos el uno en el otro, que no haría falta un giróscopo esta vez para diferenciar el mundo real del soñado. También sabía que cuando volviéramos al mundo real, tendríamos mucho camino por delante Ariadne y yo. Echamos un último vistazo hacia atrás, hacia Cobb. Esta vez parecía más sereno, más dueño de sí. Se metió por el túnel por el que habíamos salido a las calles de París.
Ariadne.- ¿Al final resultó ser mi subconsciente o el auténtico Cobb?
Preferí no responder antes que admitir que no lo sabía. Ariadne musitó algo...
Ariadne.- Antes de volver arriba, aún hay tiempo para perdernos por estas callejuelas. Son encantadoras, solo serán unos momentos y, después de todo, sabemos cómo regresar más tarde a la realidad.
Sonreí, pues todo eso era cierto.