Para:
allalabeth_sanDe: Amigus Anonimus
Título: Destinos cruzados
Fandom: Harry Potter
Rating: G
Personaje/pareja(s): Albus/Scorpius
Disclaimer: Yo no poseo a ningún personaje, todo salió de JK
Resumen: Albus y Scorpius han sido marcados con ideas preconcebidas con respecto a sus padres, pero, ¿qué tan de cierto tienen?
Advertencias: Ninguna
Destinos cruzados
Hay ocasiones en las que parece que el destino se equivoca. O que le gusta bromear de la manera más bizarra posible. Durante sus primeros años de estudios, Albus Severus Potter realmente creyó que su vida se había vuelto una grotesca comedia, al ser todo lo que él no quería que fuera.
-Míralo así, si sobreponemos la teoría de que tu nivel de pureza era determinado por la conformación de la herencia genética de tus abuelos -Scorpius hablaba apasionadamente al defender su argumento-. Pongámoslo así: mis cuatro abuelos son sangre pura, ergo, mis padres son sangre pura, ergo, yo lo soy. Los de éste -comenzó señalándome- son tres sangre pura y una hija de muggles, ergo, tiene padre mestizo y madre pura, ergo, es cuasi puro. Tú, en cambio, tienes dos abuelos puros y dos muggles, por tanto, tienes una madre hija de muggles y un padre puro, y así resulta que ahora eres mestiza. ¿Lo ves? Prueba mi teoría de que la combinación mágica da como resultado una tendencia natural a la pureza.
La cara de altivez de Scorpius era apenas tolerada por Rosie, que con el cabello luchando endemoniadamente por liberarse del lazo rojo que lo sujetaba, trataba de fulminar a nuestro amigo rubio con “esa” mirada, heredada especialmente de la abuela Molly.
Tal vez se estén preguntando qué hago yo describiendo esta escena, o por qué Scorpius nos está explicando tan apasionadamente algo que probablemente haría que el tío Ron quisiera arrancar cabezas.
Verán, a los once años estaba horrorizado con la idea de estar en Slytherin. Tal vez horrorizado es un término poco elocuente. Aterrorizado tal vez caería mejor. Después de oír a James, Victoria y Teddy hablar de lo encarnizadas que solían ser las “guerras de honor” entre las casas, estaba temeroso de quedar en alguna en donde no estuviera con la familia. Temor acrecentado cada vez que el tío Ron decía que los abuelos desheredarían a cualquiera que fuera a una casa diferente a Gryffindor o que se relacionaran con Slytherins. Aunque claro, supongo que nadie le advirtió que la tía Hermione le haría tragarse sus palabras cundo le dio la noticia de que su amadísimo Hugo era un Hufflepuff por derecho propio.
-Y yo te digo que tu teoría tiene un fallo, porque no explica la tendencia a la baja de las familias de sangre pura -contravino Rose, la cual, nunca sabe quedarse callada cuando Scorpius argumenta-; porque si así fuera, habría más familias puras.
-Oh Rose, lo que pasa es que los antiguos defensores de la pureza de la sangre mágica no pensaban igual que los defensores de pureza muggles. Ahí estuvo su fallo.
-Scorpius, ¿estás insinuando que los nazis estaban en lo correcto? -tanteó Rose tratando de llevar al pobre Malfoy a un callejón dialéctico.
-No, mi pequeña extremista, ellos hicieron mal al exterminar, pero su clasificación valdría para esta cuestión. Y respondiendo a lo primero, esta tendencia a la baja es porque las reglas de la pureza están anticuadas. Apuesto a que esta propuesta sería muy bien recibida por el Ministerio.
-Claro Malfoy, le pasaré el dato a mi madre -comentó sarcásticamente Rose.
Dicha sea la verdad, ningún Weasley, en sus más insanas pesadillas, hubiera pensado que Rosie y yo nos haríamos amigos de Malfoy. Pero ¿qué otra cosa podía pasar cuando él había roto la tradición de su familia y había acabado en Gryffindor? La verdad, papá estaba en lo cierto cuando dijo que el Sombrero Seleccionador siempre te da a elegir. Tanto a él como a mí nos dio la oportunidad de decidir nuestro rumbo, pero mientras él decidió desafiar sus costumbres tradicionales, yo opté por la comodidad de la familia. Rose lo tuvo fácil: en cuanto se puso el sombrero, supo que era una Gryffindor de pies a cabeza.
Mi primer año no le di tanta importancia al hecho de que Scorpius estuviera en Gryffindor. Lo tomé como algo natural, algo que le pudo haber pasado a cualquiera, incluso a mí.
Pero ahora, años después, empiezo a preguntarme cómo habrá sido para él el retorno a casa una vez que sus padres supieron que no volvía con la corbata verde y plata, si no con la rojo y oro. No es hasta hace poco que empiezo a creer que el tío Ron estaba equivocado al decir que cada quien sale a los padres que le tocaron. Miradme a mí y a Scorpius: todo el mundo decía que su padre no era más que un cobarde convenenciero y helo aquí, en una casa que al comienzo lo recibió con hostilidad y enfrentando siglos y siglos de tradición de Malfoys y Greengrasses en Slytherin. En cambio, yo, el hijo de Harry Potter, su viva imagen y semblanza y nombrado después de dos grandes héroes, Albus Dumbledore y Severus Snape, no pude menos que escabullirme bajo los arropadores y seguros colores de Gryffindor, temeroso de encarar el desafío de poder haber sido un Slytherin.
Por eso, creo que lo admiro un poco más. Y esta admiración crece cada vez que lo veo desenvolverse tan naturalmente en ambientes que ciertamente le debieran repeler. Lo admiro al verlo discutir tan naturalmente con la peleona de Rose. Lo admiro cada vez que baja del tren, aún con el uniforme de Gryffindor, y se acerca derecho y orgulloso a sus padres. Lo admiro cuando se fascina con el abuelo Arthur al ver cosas muggles y ver cómo funcionan. Lo admiro cuando, con sus modales finos, arranca un sonrojo de la abuela Molly. Lo admiro cuando vamos sobre las escobas, y con sólo un guiño, me dice a dónde ir para tirarme la quaffle.
Aún recuerdo la primera cena, cuando el sombrero dijo “Gryffindor” por encima de su rubia cabeza. Toda la sala se fue en silencio y Rosie y yo nos tomamos de las manos mientras esperábamos nuestro turno a ser llamados. Tuvieron que decir dos veces “Potter, Albus” para que yo reaccionara y fuera al taburete. No puedo decir a ciencia cierta lo que el Sombrero me dijo, sólo sé que puso ante mí la opción de enfrentar mi miedo y convertirme en un Slytherin o elegir ser un Gryffindor como todos. Yo sólo tartamudeé “Gryffindor” y eso fue lo que el Sombrero Seleccionador gritó. Fui aliviado a la mesa, sentándome al lado de Scorpius, el cual aún no había sido felicitado. No le hablé pues el escándalo en la mesa por tener “otro Potter” entre ellos no me dejaba concentrarme en algún punto.
Fue Rose la primera que lo saludó, contraviniendo maravillosamente la orden de su padre de mantenerse alejada “del chico Malfoy”.
-Bienvenido, Malfoy -y le tendió su pequeña y pecosa mano. El chico la vio como si fuera la cosa más bonita del mundo y con una sonrisa algo temblorosa, le tendió la mano.
-Gracias, Weasley.
-¿No vas a decir nada Albus? -dijo ella volviéndose a mí.
-Eh…bienvenido, soy Albus Potter -dije extendiendo mi mano.
-Un placer, Potter -me contestó ya un poco más envalentonado.
A partir de ahí, nuestra amistad -si puede llamársele así a nuestros tímidos intentos de no provocar situaciones incómodas donde fuera que íbamos- iba afianzándose cada vez un poco más.
Fue hasta nuestro cuarto año que me atreví a preguntarle a Scorpius cómo había sido su sorteo de casa.
-Pues…normal, supongo. Me habló sobre mis posibilidades, pero, les pregunta a todos ¿qué no? -preguntó él como si fuera lo más natural del mundo.
-A mí no me dijo nada -dijo distraídamente Rose mientras untaba mantequilla en su pan- ¿y a ti Albus?
-Pues…también me presentó opciones. Pero digo, Scorpius, ¿no te fue difícil escoger?
-Es que era ser como siempre había sido en mi familia o enfrentar una posibilidad inexplorada. Supongo que mi espíritu aventurero me trajo acá -comentó riendo.
Decidí dejarlo por el momento. Pero realmente él es un chico valiente. Nuestro primer regreso de la escuela, en el andén, Scorpius se quitó todo menos la corbata roja y dorada. Con ella puesta, caminó altivo a donde estaban sus padres. Rosie había sugerido que le acompañáramos parte del camino a enfrentar a sus padres, pero él dijo que no era necesario, que él podía dar las explicaciones necesarias. Nos quedamos por una combinación entre morbo y curiosidad. Pero no estábamos preparados -y ciertamente nuestros padres tampoco- para la escena que se venía.
El señor Malfoy, sin siquiera respingar esa nariz alzada, extendió un brazo y rodeó los hombros de Scorpius. Su madre, la señora Malfoy, se acercó por el otro costado y le plantó un enorme beso carmesí en la mejilla. Scorpius estaba ligeramente estupefacto, y como pudo, tomó su baúl y siguió a sus padres a la salida del andén, deteniéndose apenas para volverse y saludarnos con la mano.
Nadie dijo nada hasta que estuvimos en el auto.
-Ese chico Malfoy, definitivamente tiene agallas -dijo mi madre rompiendo el silencio y hablando de algo más que “lo igualita que está la torre de Gryffindor”.
-Sí, Scorpius es muy valiente -mascullé apenas, un poco acojonado de que mis padres pudieran decir eso de él. Entonces comencé a preguntarme si acaso era posible un intercambio de destinos. Era muy niño en ese entonces y no le di tantas vueltas. Incluso no lo pensé demasiado al invitarlo a casa a pasar parte de las vacaciones de verano cuando acabó el tercer año.
Lo pasamos en la madriguera, todos los Weasleys juntos. Scorpius llegó acompañado del tío George, ambos cargando sendas cajas de juegos pirotécnicos para adornar las noches calurosas. El tío Ron no tenía la más mínima idea de cómo tratarlo. Le costó bastante esfuerzo -y unos cuantos pellizcos de la tía Hermione- dejar de decirle “Malfoy” para pasar al “Scorpius”.
Creo que el más encantado con esa primera visita fue el abuelo Arthur: le enseñó a Scorpius su colección de artefactos muggles, y a diferencia de todos sus conocidos, él quedó fascinado con cada uno de ellos. La abuela sólo sabía mirarlos con condescendencia, e incluso escuché que le comentaba a la tía Fleur que teniendo a Scorpius alrededor, era probable que dejara de hacer experimentos peligrosos para no dañar al chico. La cena transcurrió bien, pero obviamente cuando Rose quiso dormir con nosotros, su padre puso el grito en el cielo e insistió en que se encerrara con sus primas.
Pero a medida que pasaban los días, no dejaba de darme vueltas en la cabeza la idea de que yo no hacía nada más que seguir un camino ya andado con anterioridad por mi padre y mis tíos: ser un Gryffindor, jugar en el equipo de Quidditch -yo era cazador, lo mismos que Scorpius, mientras Rose era guardiana-, pasar los exámenes y juguetear un poco con el mapa del abuelo. Pero cuando Scorpius lo hacía, era toda una novedad, un reto, un fenómeno digno de ser visto.
No pude guardarlo más, y ahora, que estamos en sexto y el mundo parece irme perfilando a ser siendo una copia rejuvenecida de Harry Potter, no me aguanté las ganas de querer hablar con mi amigo.
Se dio en esas tardes apaleadas, cuando ambos nos quedábamos en los vestuarios cuando el equipo se había ido para tener algo de privacidad y hablar de cosas “de chicos”, excluyendo a Rose, que siempre se iba dando zancadas fuertes aún después de seis años.
-Scorpius -comencé con un ligero nudo en la garganta -, sé que no hablamos mucho de estas cosas, pero, aún no puedo entender cómo fue posible que no escogieras estar en Slytherin y preferiste estar en Gryffindor, con todo y lo difícil que sabes que sería.
Scorpius se quedó un momento viendo al suelo, tratando de atarse correctamente uno de los zapatos. Luego se alzó y me vio con los ojos grises más claros que le había visto.
-Verás Albus -me dijo después de unos segundos de silencio-, yo sabía que iba a ser difícil, que probablemente no lo iba a pasar muy bien. Estaba preparado para no tener una vida escolar muy buena que digamos. Pero lo que pude haber enfrentado aquí no pudo haber sido peor a lo que ya he visto.
Scorpius cruzó sus manos, tratando de encontrar una postura lo suficientemente cómoda para seguirme hablando. Yo sólo pude continuar viéndolo, ansioso de saber qué era lo que él había vivido esos diez u once años antes de conocernos.
-Como sabrás, Albus, tanto mi padre como mi abuelo fueron sentenciados como mortífagos. No, no pongas esa cara, siempre lo supe y he aprendido a aceptar que sus marcas son parte de ellos como lo son los rubios cabellos que heredé. Nos salvamos gracias a la abuela, y te puedo decir que es la mujer más valiente que jamás conocí. Mientras el abuelo se derrumbaba porque de pronto todos sus “amigos” le daban la espalda, ella puso a funcionar el oro que aún tenían en Gringotts, tanto de ellos como el que le dejó la tía abuela Bellatrix -aquí él frunció un poco el seño, pues bien sabía que mi abuela había matado a su tía-. Gracias a ella, mi padre tuvo patrimonio suficiente al momento de casarse con mi madre y por eso, a pesar de que mucha gente nos dio la espalda, nunca pasamos ninguna carencia. Gracias a ella, los Malfoy recuperamos las propiedades que el Ministerio nos confiscó. Era de su mano que yo recorría las tiendas del callejón Diagon en mi primera infancia, y de ella aprendí a no avergonzarme de quien era y, ante todo, a seguir viendo hacia delante. Desde pequeño, nunca quise nada más que ser igual de valeroso que Narcissa Malfoy, y poder ver a la cara cualquier reto que la vida me pusiera: no importaba que fuera algún insulto en la calle, una mirada repulsiva de las personas que nos atendían en las tiendas o el no tener amigos de mi edad en la infancia.
A este punto, Scorpius tenía las manos rojas de estarlas apretando una contra la otra, y sabía que sus ojos estaban a punto de dejar salir alguna lágrima, pero él supo contenerlas, y carraspeando, continuó hablando:
-Cuando llegué a Hogwarts, hice el viaje yo solo en un vagón. Los otros niños me sacaban la vuelta y ya me había resignado a que probablemente tendría que probar mi propia valía antes de tener algún amigo. Y entonces fui llamado a selección. El sombrero me dijo que tenía la sangre y el temple necesarios para continuar la larga tradición de mi familia en Slytherin. Pero que también estaba ansioso por demostrar que podía ser mucho mejor persona de lo que los demás esperaban y que era lo suficientemente fuerte para enfrentar el mundo, como un Gryffindor. Me dijo que la elección era mía, así que pensé en lo último que me dijo mi padre antes de dejarme subir al tren. Me dijo “Scorpius, hijo mío, no importa lo que pase una vez que estés tú solo; no importa dónde te sorteen ni quiénes sean tus amigos. Al final lo único que importa es que eres un Malfoy y que toda tu familia te ama.” Entonces lo supe: debía ser un Gryffindor y probarles a todos los prejuiciosos que yo era capaz de ser alguien mejor. Y, creo, y no me permitirás mentir, que lo he estado haciendo bien.
La sonrisa final de Scorpius no pudo menos que emocionarme. Entonces creo que lo comprendí: no importaba quiénes eran nuestros antepasados. No importaba lo que la gente creyera que iba a ser de mi vida simplemente por llevar un apellido. Lo único que importaba era quién era yo y lo que yo quería hacer de mi vida. Supe entonces que estaba bien que yo, que era el correcto Albus Severus Potter prefiriera ir tranquilo por la vida. Estaba bien que no quisiera estar rodeado de más personas aparte de Scorpius y Rose. Estaba bien que no quisiera ser popular y que no quisiera una novia. Estaba bien que no quisiera ser extraordinariamente heroico, o exageradamente gracioso. Ser yo estaba bien porque yo era más que “Potter-Weasley”. Yo era Albus Severus. Yo era Al, el amigo del chico Malfoy y primo de la “llamarada” Weasley.
De pronto, no veía que el hecho de no ser pelirrojo me señalara por encima de mis primos: al contrario, ser moreno era el disfraz perfecto para pasar inadvertido entre la multitud de estudiantes.
Entonces sonreí, abracé a mi amigo y me prometí a mí mismo vivir justo como yo quisiera: tranquilo a la sombra del resplandeciente Scorpius Malfoy.