¡¡Feliz Amigo Invisible, Sakura_Saya!!

Dec 23, 2009 20:11

PARA: sakura_saya
DE PARTE DE: Amigus anonimus

Título: Imán
Fandom: Card Captor Sakura
Personaje/pareja(s): Shaoran/Sakura
Rating: K+
Resumen: Hay quien encuentra a su príncipe azul, aquél que lo hace todo más fácil y hace sentir mariposillas en el estómago. Desafortunadamente, Sakura no ha corrido esa suerte. ¿Podría alguien ser un imán de la mala suerte?
Disclaimer:Ninguno de los personajes que aparecen me pertenecen, sólo los he usado para intentar hacer un regalo medio decente de Amigo Invisible.
Advertencias: Ninguna, creo (?).


Notas: ¡Hola, Sakura_Saya! Por lo que había leído, preferías un fic en el que la pareja principal fuera Draco y Harry o alguno de ellos. Lo intenté pero no lo logré. Aún así, he puesto todo mi empeño en hacer este fic para ti y espero que lo disfrutes ^^ Sé que no es lo mejor que leerás, e incluso puede que no llegue a gustarte. No obstante, me he divertido haciéndolo, y he tenido que pensar mucho qué clase de fic podría ser el ideal. Espero que lo disfrutes. Besitos y abrazos, tu AI ^^.

Corro. Corro tan deprisa que casi no siento las piernas.

Nunca he tenido una estrecha relación con él. Desde el día que lo vi en clase y fue presentado por el profesor me di cuenta de que no era como los demás chicos. Hasta ese momento nunca me había sentido tan avergonzada y torpe como para sentir la necesidad de esconder mi cara bajo la almohada y no destaparme hasta que él hubiese desaparecido.

Fue a principios de este curso, el último del instituto antes de ir a la universidad. En esos momentos estaba emocionada y nerviosa, aún me sentía como una niña, por más que me pesara. Sin embargo eso no había impedido que, como siempre, me despertara tarde y no pudiera llegar a tiempo.

-¡Hoe! ¡¡Es tardísimo!! -bajé corriendo por las escaleras y me pareció escuchar alguna que otra burla procedente de mi hermano, pero preferí no hacer caso. No tenía tiempo de hacerle caso.

-Sakura, te he preparado el…

Cogí el obento que mi padre me estaba alcanzando y le di las gracias con una pequeña reverencia. Después de eso, salí corriendo tan deprisa que apenas me dio tiempo a echarme un último vistazo en el espejo.

En un tiempo récord conseguí llegar al instituto y ya sólo me quedaba rezar porque el profesor se hubiera retrasado…

-¡Quince minutos! Hoee… qué mal.

Subí corriendo por las escaleras al segundo piso, que era donde estaba mi clase, mientras me lamentaba de mis malos despertares. Tenía que acostumbrarme ese año o en la universidad me iría mal. Muy mal.

Cuando llegué frente a la puerta ni me detuve a mirar si el profesor había entrado o no: sin tan siquiera tocar para pedir permiso, fui a abrirla de golpe… con la mala pata de que no me había dado cuenta de que había alguien parado justo al lado de ella.

¿Aún no se puede ver la relación que tiene eso con mi gran torpeza y la vergüenza que pasé después?

Tropecé.

No, eso no es lo peor de todo. Tropecé y caí sobre ese alguien que estaba parado junto a la puerta.

Si hubiera sido en un momento normal, como cualquier otro, no me habría importado tanto, ni tampoco habría deseado que la tierra me tragase en ese mismo instante: era la presentación del último curso, el primer día, el profesor estaba dando la bienvenida a todos los alumnos… y a uno en especial. ¿Adivinas? Caí sobre el nuevo alumno.

Sin embargo en ese momento no era del todo consciente de lo que acababa de pasar. Aún estaba intentando ubicarme. ¿Por qué no estaba de pie y por qué el suelo no se sentía duro?

-Kinomoto, ¿te encuentras bien? -Lo miré y asentí, roja como un tomate-. ¿Y tú, Li?

Inmediatamente miré hacia la derecha y me puse aún más roja. Me levanté a toda prisa sin atreverme a mirar al chico, intenté ignorar los murmullos y las risas disimuladas que había despertado con mi entrada espectacular y me encaminé a mi asiento.

¿No adivinas lo que sucedió después? Como si fuera la chica con peor suerte de este instituto, le indicó que se sentara en el asiento libre que había detrás de mí. Él asintió y se dirigió con rapidez a su sitio, y cuando pasó por mi lado me miró… mal. Creo que estaba avergonzado, ¡pero yo también!

No obstante, ahí no terminó mi racha de mala suerte; al contrario. Parecía que Shaoran Li era mi colador de todo lo malo.

Conforme pasaban los días descubrí que él no era muy hablador, por así decirlo, y, por más que me empeñaba, me resultaba casi imposible arrancarle una frase. Para ser sincera, creo que me guardaba un poco de resentimiento por lo que ocurrió ese catastrófico primer día.

Además, y para mi mal, mi torpeza aumentaba cada vez que estaba cerca. Primero fue en un examen de matemáticas que suspendí (aunque eso más bien puede ser porque soy una negada para esa asignatura), y después en una actuación de las animadoras.

Habíamos ido a un partido de fútbol de nuestro instituto contra el de la ciudad vecina, y les estábamos animando con todas nuestras fuerzas.

Eriol, un chico inglés que se había mudado a Tomoeda con apenas trece años y que era (y es) el actual novio de Tomoyo, mi mejor amiga y prima, es el capitán del equipo y se lo tomaba muy enserio: había decidido coger a los mejores jugadores de todo el instituto.

¿Que en qué me afecta eso a mí? Pues bien, Shaoran Li demostró ser uno de los mejores jugadores de todo el instituto, así que estaba en ese partido.

Al principio no iban demasiado bien y se notaban desconcentrados. Nosotras gritábamos con todas nuestras fuerzas para darles ánimos y apoyo, pero aún así perdían. Cuando llegó el descanso, salimos al centro del campo para hacer una pequeña actuación y proporcionar algo de entretenimiento al público.

Sacamos nuestro bastón de majorettes y nos dedicamos a hacer algunos giros que habíamos practicado. Eran muy sencillos: darles vueltas, lanzarlos al aire, recogerlos, darles vueltas… Era tan fácil que, inconscientemente, comencé a pasear la vista sobre las personas que había allí.

Tomoyo nos grababa con su cámara desde el banquillo de nuestro equipo, tan sonriente como siempre. A su lado, Eriol se veía calmado mientras hablaba con otros dos jugadores, y más a la derecha estaba él, con el pelo revuelto y todo sudado, bebiendo agua de una de esas botellas de un litro.

Y sucedió. El bastón cayó sobre mi cabeza haciéndome muchísimo daño.

-¡Kya! ¡Qué dolor!

Recuerdo que sollocé y me tapé la cabeza con los brazos. También recuerdo que al cabo de unos segundos decidí continuar, así que alcé los brazos con mucha fuerza para recuperar energía y seguir con el número junto a mis compañeras.

Pero no todo ocurre como uno quiere, ¿cierto? Mis brazos chocaron con algo. Y ese algo gritó.

-¡Eres un peligro!

Abrí los ojos casi con miedo de ver lo que estaba pensando, y mis pesadillas se hicieron realidad: Shaoran Li se estaba tapando la nariz con una mano y me miraba con molestia.

-Lo… Lo siento.

Sí, lo sé. Es vergonzoso, ¿verdad? Soy tan patosa que algún día haré un verdadero desastre.

Como sea, ¡era como una maldición! Parecía que él me transmitía toda la mala suerte y la torpeza del mundo, y llegué a una determinación: alejarme todo lo posible de él para no sufrir así ningún daño más.

Hablé con Rika, una de mis amigas, y después de mucho insistir conseguí que me cambiase el sitio. Ella se sentaba tres filas por delante, así que no habría problema. En los recreos, cuando él venía con Eriol y se sentaban con nosotras, ponía la excusa de ir a la biblioteca para terminar de hacer los deberes. Por las tardes, cuando él salía, yo prefería quedarme en casa.

Podía parecer que lo evitaba o que estaba siendo algo injusta, pero era por mi propia seguridad y, por qué no, por la de los demás e incluso la de Li.

Sin embargo la suerte no estaba de mi parte.

Después de varias semanas desde que el curso había comenzado llegó mi turno para arreglar la clase. Al principio de curso habíamos acordado que sería por orden alfabético y que el turno duraría una semana.

Así que, a mediados de curso, me había llegado el turno. Pero no estaba sola.

Tan ingenua como siempre, llegué a clase tarareando feliz, y me di cuenta de lo peor que me podría haber ocurrido jamás: la L iba inmediatamente después de la K.

-Buenos días, Li.

-Buenos días.

Se había formado un silencio incómodo, y de verdad que lo lamentaba. No parecía un mal chico, pero era la fuente de todo lo malo que me ocurría.

-¿Te importa arreglar los pupitres? Yo estoy con la pizarra.

-Claro. -Mi respuesta sonó algo tímida, pero qué le iba a hacer, me sentía avergonzada por haber estado evitándolo tanto tiempo.

Comencé a poner las mesas en orden y rectas. Iba bien hasta que llegué a un pupitre del que se cayeron unos cuantos papeles que, por supuesto, leí.

¡Soy curiosa, no lo puedo evitar! Y en ese momento no pensé en que pudiera ser nada demasiado íntimo o privado, ¿cómo, si era así, iban a dejarlo en la mesa del instituto?

Aunque ahora me ría, en ese momento lo pasé muy mal. Había cogido las hojas impresas y, para mi mala suerte, las había empezado a leer.

Posó sus manos sobre los hombros blanquecinos, apoyando todo su peso sobre su espalda, y besó el cuello que tanto tiempo había deseado.

-No te imaginas cuánto he esperado este momento -susurró contra su piel ronca y suavemente, haciendo que se pusiera de carne de gallina.

Lentamente bajó las manos por el pecho de su acompañante, desabrochando uno a uno los botones, y acarició su torso, deleitándose con el tacto de la suave y a la vez áspera piel bajo sus dedos.

Habían olvidado sus apellidos, quiénes eran. “Malfoy” y “Potter” se habían vuelto dos palabras vacías, sin significado.

Sintió un estremecimiento y sonrió, complacido. Al mirar su…

Me sonrojé como nunca antes lo había hecho, me había quedado absorta con el relato y me había sonrojado tan furiosamente que comenzaba a sentir algo de calor en la cara.

Estaba tan concentrada preguntándome de quién sería eso y cómo era que eso había llegado hasta mis manos, casi maldiciéndome por leer, porque ahora esa escena no se me iba de la cabeza, sentí cómo alguien me tomaba por los hombros y, sin quererlo, imaginé que toda la escena anterior, aunque según había entendido originalmente era entre dos chicos, me sucedía a mí.

Me sentí acalorada y avergonzada a partes iguales, mi respiración se había agitado tanto que me dolía aspirar aire, mi mente se quedó en blanco y mi cuerpo reaccionó solo: le pegué una bofetada. Una bien sonora (y lo más seguro es que también fuese dolorosa).

Y, de nuevo, un grito.

-¡¿Pero qué te pasa, Kinomoto?! -respiraba agitado y, según pude ver, molesto-. ¡Sólo quería llamar tu atención, estaba llamándote todo este tiempo!

-Hoe… Lo siento mucho, Li. No… no sé qué…

Cuando lo vi suspirar tan pesadamente como si estuviera cansado me sentí más culpable que antes. Li apretó el puente de su nariz y cerró los ojos, respirando hondo; yo no pude hacer más que tragar saliva.

-¿Sabes qué? Déjalo, estoy cansado y no tengo ganas de nada de esto.

No, no pienses que es borde, porque no lo es. Teniendo en cuenta que no solía hablar con él y desaparecía cuando venía a juntarse con mis amigos… y que después siempre acababa siendo víctima de mi torpeza, es normal que se enfadase. Y yo estaba muy avergonzada.

En algunas ocasiones no podía evitar pensar que, si él no hubiera venido nunca a Tomoeda, yo seguiría siendo la misma de siempre: un poco patosa, sí, pero no atentaría contra la seguridad de los demás. Seguramente eso sería lo mejor para todos.

Y, por primera vez en mi vida, parece que alguien oyó mis plegarias. Algunas semanas después, al llegar a clase, me encontré con una de las sorpresas más grandes desde hacía mucho tiempo. Li no había asistido a clase.

-¿No sabes dónde se encuentra Shaoran? -Oí cómo Tomoyo le preguntaba a Eriol, y su respuesta fue una negativa.

No podía hacer otra cosa sino sentirme intrigada. En el transcurso del año escolar, Li no había faltado casi nunca, y cuando lo había hecho Eriol nos había dicho que estaba enfermo.

Sin embargo, pasaba el día y nadie tenía noticias de él, era como si se hubiese esfumado de la faz de la Tierra. Nadie sabía dónde estaba, y cuando Eriol lo llamó a su teléfono nadie contestó.

El día transcurrió con normalidad: tuvimos un examen de geometría que me salió bastante bien, y en las prácticas de animadoras no se me cayó el bastón en la cabeza ni una sola vez. Parecía como si mi mala suerte hubiese desaparecido.

Pero las sorpresas no se habían acabado. En la última hora de clase el señor Terada vino con una expresión indescifrable en su rostro que no auguraba nada bueno.

-Chicos, tengo que comunicaros dos malas noticias. -Al decir esto, todo el mundo lo miró expectante, a la espera de que comenzase a hablar-. La primera es que alguien muy querido por todos nosotros ha tenido un accidente.

La clase entera se llenó de exclamaciones ahogadas, intentando descubrir quién había sido. Yo me limité a mirar por la ventana, y en ella se reflejaba el asiento vacío de Li. ¿Acaso él…?

-Todos esperamos, desde aquí, que la profesora Masaki se recupere.

Los murmullos se incrementaron tanto que el profesor Terada tuvo que volver a pedir silencio, y yo, aunque me sentí una persona horrible por ello, sentí cierto alivio al oír que había sido la profesora de música y no quien había imaginado.

-La otra es que Li Shaoran regresa a su país natal y no ha podido despedirse de vosotros.

E, inexplicablemente, todo el alivio que había sentido se convirtió en un puño candente que apretaba mi corazón.

Y ahora me encuentro corriendo lo más rápido que puedo, pero esto no parece tener mucho sentido, ¿verdad? Al fin la persona que atrae todas mis desgracias se irá definitivamente y, quizás, no volveré a verlo. ¿No es para que estuviera radiante de felicidad? La fuente de mi torpeza y mi mala suerte se va… pero yo no quiero.

Quizás es una locura, quizás no he hablado con él mucho, quizás estaba esperando este momento desde el principio, pero… no quiero.

¿Nunca has tenido la sensación de que te ahogas? Yo la estoy sintiendo en este mismo momento, y no veo ninguna otra escapatoria más que correr: correr sin pensar a dónde iré, correr sin acordarme del pasado y correr sin pensar en el futuro.

Así que corro, corro tan rápido que no me detengo a escuchar las quejas de la gente a la que empujo sin querer, sin escuchar los gritos que me advierten del peligro de ir sin mirar lo que hay frente a mí.

Corro sin una meta, sólo siguiendo un sendero invisible que recorren mis pies. ¿Adivinas a dónde he llegado? Exacto, a la estación de autobuses.

No comprendo cómo he llegado aquí si no estaba mirando el camino, pero tengo una corazonada, y miro a toda la gente que hay cerca de mí. No puedo evitar preguntarme si estará aquí, quizás haya ido a coger un avión, o incluso al tren. Suspiro pesadamente y cierro los ojos con pesar; después de todo tendré que irme a casa.

-¿Kinomoto? ¿Qué haces aquí? -Oigo una voz a mis espaldas, y me giro conteniendo el aliento.

Aquí está, enfrente de mí, mirándome con un gesto tan indiferente que casi me quema. Tiene razón, ¿qué hago aquí?

-Yo… -comienzo, pero no termino la frase, no encuentro ningún motivo por el que estar aquí.

Nos quedamos en silencio unos cuantos minutos, y yo me siento demasiado tensa. Él se acaricia la nuca, seguro que piensa que esto es incómodo.

-Apenas hemos hablado durante el curso, desde el partido de fútbol.

Cuando me dice eso bajo la cabeza, avergonzada. Tiene razón: no he hablado con él nunca. ¿Por qué siento entonces esta necesidad de excusarme ante él?

-Yo… preferí no hablar demasiado contigo después de eso. Me das mala suerte, tanta que hasta soy más torpe que de costumbre -digo a la vez que jugueteo con mis dedos, notando cómo me ruborizo.

Él parece haberse quedado sin habla, ya que cuando lo miro boquea algunas veces sin llegar a pronunciar ningún sonido.

-Ah -susurra simplemente, bajando él también la vista al suelo-. Entonces… Así ya no tendrás más mala suerte.

Volvemos a quedarnos en silencio. Mi estómago comienza a dolerme un poco, y no me atrevo a mirarle a la cara. Sigo sin comprender qué he ido a hacer allí, porque lo único que siento es incomodidad por esa situación.

-Tengo que coger el autobús -me dice muy bajito, y yo levanto la cabeza para mirarlo a la cara-. Adiós, Kinomoto.

Veo sus ojos, de un ámbar oscuro un tanto extraño, brillar una última vez, y se da la vuelta.

Debería sentirme contenta, ¿no es cierto? Pero… algo en mí no quiere que desaparezca de mi vida, y cada vez siento más nublados los ojos.

Tengo ganas de gritar y de pedirle que no de un paso más, ¿acaso es esto normal? Tengo ganas de decirle “Espera”.

Espera. ¡Espera!

-¡Li, Espera! -exclamo, y me sorprendo porque he intentado evitarlo. Él se gira sorprendido y yo camino hacia él como si estuviera enajenada.

Llego a su lado y lo miro a los ojos. Se ve tan alto y yo tan pequeña desde esa posición…

-Yo… yo no quiero dejar de ser torpe.

Él está cada vez más sorprendido, lo veo… pero yo también lo estoy. Lo estoy porque me doy cuenta del por qué de esa opresión y también de que no acaba de surgir.

Me sonrojo inmediatamente al comprender lo que le he dicho, y veo cómo él también se sonroja.

-¿Có-como?

-No… no quiero que te vayas -cuando termino de decir eso, siento la necesidad de llamarlo por su nombre. Y lo hago-, Shaoran…

Mis ojos se llenan de lágrimas, él deja las maletas que llevaba en el suelo y posa una de sus manos sobre mi mejilla

¿Adivinas qué pasará justo un segundo después? ¿Qué está pasando ahora? ¿Cómo es la explosión de sensaciones que se desata cuando junta sus labios con los míos? Tan suave y lento que parece una caricia gentil en vez del beso que me está dando, acompañado de un abrazo que me hace sentir tan protegida… ¿Adivinas cómo puedo aguantar su respiración cadenciosa junto a la mía? ¿Y adivinas cómo puedo resistir besarlo otra vez cuando nos separamos y lo veo tan sonrojado y brillante como supongo que estaré yo?

Pero la realidad vuelve a golpearme de lleno, y siento que caigo en un abismo infinito… de nuevo.

-No… no te irás, ¿verdad? -pregunto mirándolo a los ojos.

-Tengo que irme, pero…

-Pero ¿regresarás?

Él me sonríe con los ojos, y después con sus labios, y vuelve a juntarlos con los míos, sin dejar de sonreír ni un solo segundo.

-Regresaré. Todo saldrá bien -contesta, y yo no puedo evitar alegrarme tanto que me entran ganas de saltar.

Pero no todo son rosas, y menos con él, porque cuando mi cuerpo obedece a las órdenes de mi “mente”… no ocurre nada como a mí me gustaría. Y sí, más desastres ocurren, como que al caer al suelo después de saltar piso un pie de Shaoran y hago que lance una exclamación de dolor.

-¡Lo siento! -exclamo avergonzada, intentando disculparme por todo. Pero él sólo sonríe.

-¿Sabes? Me alegro de ser el único que haga que seas tan patosa, Kinomoto.

Río al escuchar su tono jocoso, y nos abrazamos cuando se oye el anuncio por el megáfono. Sabemos que no es una despedida y que, a pesar de que mi mala suerte y mi torpeza regresen con él, todo saldrá bien.


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