Más Edrich

Sep 09, 2008 00:27

Título: Anécdotas para un alemán
Fandom: Fullmetal Alchemist
Claim: Edward Elric/Alfons Heiderich
Tabla: Vicios
Prompt: #24 control
Advertencias: Un lime suavecito. No es gran cosa, pero tenemos las inevitables menciones al sexo salvaje entre Ed y Heiderich. Qué se le va a hacer, una OTP es una OTP y hay que mimarla.

Prompt # 24: Control

¿Por qué hacía eso? ¿Por qué le sujetaba de aquella manera, o le aprisionaba bruscamente contra la pared o el suelo? A saber. Uno de esos arrebatos sexuales de Edward era como una lucha épica para Alfons, y en numerosas ocasiones, aparte de los habituales arañazos y marcas de dientes en su espalda y hombros, había llegado a encontrar moratones. Y de los serios. Llegaba la hora de la ducha, y se veía al espejo hecho un cromo. Y gruñía, porque ni si quiera sabía con qué se había golpeado en el muslo, o contra qué había chocado para tener un cardenal en la espalda, justo encima del trasero.

Sin embargo, Heiderich se planteó seriamente cambiar la situación. Hubiera llevado la voz cantante desde el principio si el enano no tuviera tantísima fuerza -¿de dónde la sacaba? ¿tal vez era esa graciosa antenita que tenía decorando su rubia cabellera?-, y entonces las cosas habrían sido distintas. El gato salvaje se habría achantado desde aquella primera vez (bendita primera vez).

Siempre ha existido la “leyenda” de que aquellos o aquellas que son tímidos, en la cama son aquellos que tienen que llevar el control, y Alfons no era la excepción que confirmaba la regla, precisamente.

Lo más gracioso de todo, es que el alemán tomó dicho control de la forma más sutil posible: un tirón de corbata, y al segundo siguiente, el que estaba encima era él, dominando al felino sin domar que se hallaba bajo su cuerpo, retorciéndose entre suspiros y jadeos roncos. Y entonces, de forma etérea, bajaba hasta su cuello, besando la piel como chico tímido que era; precedidos de los pequeños contactos, actuaban los lametones en las orejas.

Edward parecía sorprendido, pero se dejaba hacer, al mismo tiempo que su mano izquierda, aquella que podía sentir, campaba a sus anchas por el cuerpo del alemán, ansiosa, deseosa de tomar de nuevo las riendas.

Pero eso no ocurrió. Alfons, montado a horcajadas sobre él, sonreía con malicia mientras le desabrochaba el cinturón; eso a Edward le preocupaba un poco. Aquella sonrisa en Alfons no era común. Y entonces, ensimismado con la extraña expresión de su compañero, notó cómo éste le sujetaba el brazo protésico a los barrotes de la cama, para luego quitarse su propio cinturón y atar la otra muñeca, bajo la mirada atónita del alquimista.

-Alfons… ¿qué demonios haces? -preguntó, con tono preocupado.

Heiderich rió suavemente, pero no contestó. Se limitó a continuar para recuperar un control que le había pertenecido desde el principio, al menos, mientras ambos estuvieran en el mismo cuarto, bajo la misma situación. Edward no volvería a ser el mismo.

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