Rama, el héroe de la India, ha sido desterrado al bosque de Dandaka por malas artes de su madrastra. Su propio padre, el rey Dasaratha, ha dado la orden de destierro. Y desde que Rama abandonó la patria, en el alma del rey se hizo la oscuridad, y llora sin tregua recordando al noble hijo ausente. Cinco días lloró, en la luz y en la sombra. Al sexto, recordó Dasaratha una acción de su juventud, y comprendió que por ella le castigaban los Dioses. Y en medio de la oscuridad, habló así a su esposa Kausalya:
< Siendo yo un joven y experto cazador cometí un gran crimen. Fue por ignorancia, como un niño que sin conocimiento traga un veneno. Me encaminé a la orilla del río Sarayu, deseoso de capturar una gran presa. Entonces me pareció oír el bramido de un elefante, y, ciego, disparé rápidamente una flecha contra el sonido. Entonces oí la voz lastimera de un niño, que gritaba “Oh dioses! A tres inocentes ha matado esta afilada flecha, porque con el dolor morirán también mi padre, el ciego y mísero Muni, y mi madre, abandonados en el bosque”
Al oír estas palabras, toda mi alma tembló. Corrí y encontré al pobre niño con la cabeza revuelta y caído en el fango. Me miró como si quisiera abrasarme con su esplendor. “¡Oh, guerrero! Qué mal te hice, yo que vine a buscar agua para mis padres, que ciegos y solos en el bosque, me aguardan con impaciencia. Mi padre es sabio, pero ¿qué hará impotente en su ceguera, como es impotente un árbol para salvar a otro árbol herido? Corre a su lado y dales tú la noticia” Entonces arranqué con gran esfuerzo la flecha de su pecho y el niño murió dulcemente, envuelto entre su sangre.
Profundamente afligido, comuniqué lo sucedido a los ancianos padres, que lloraron la muerte de su hijo, rogándome que los llevara ante su cuerpo. Llegamos a la orilla. El Muni cayó con gritos de dolor sobre el cuerpo tendido en tierra. Entonces, entre lágrimas, me dijo: “Involuntaria fue tu acción, pero todo crimen llevará su castigo. Yo y mi esposa moriremos de dolor por la muerte de mi hijo, al que no ven nuestros ojos. Del mismo modo, tampoco tú verás al tuyo a la hora de morir y, ansiando verle, dejarás la vida” >
Así, el gran rey Dasaratha se consume lentamente, y se acerca al término de su vida como las estrellas al rayar el alba. Y así murió, el sexto día del destierro de su hijo Rama.