El suelo se extiende bajo sus pies, pero ella es ingrávida sobre esas frías baldosas irregulares. El grifo chirría mientras lo gira con sus manos suaves. Crujen las cañerías, como si los monstruos de sus miedos se dispusieran a salir y revelarse contra toda su inocencia.
Se siente vacía, vacía de nada: llena de todo. De todo lo que ha vivido, de miles de recuerdos y experiencias, de amores pasados, de amigos perdidos, de familiares olvidados… Todo le crea un vacío inmenso, sin dar pie a ningún sentimiento, solo quiere evadirse.
Sale el agua fría, como el hielo que llenaba cada invierno el lago donde habían jugado desde pequeños en los cálidos veranos, helando sus recuerdos. Pone los dedos bajo ese débil goteo constante, solo un fino hilo que la invade. Abre un poco más la llave con los dedos más fríos que antes, pero esta vez todo lo hace ya por inercia, la lleva la luz que la ha acompañado desde su infancia. Aquella que la impulsó a conocerlo todo, a querer saber los porqués, a querer saber de los demás… Hasta que quedó decepcionada, tirada en el suelo como aquella muñeca de trapo con la que jugaba. Desde ese momento al luz la impulsó hacia la distancia, como ahora. Algo que, sin querer, la llenaba; que intentó evitar, pero que acabó por dejar pasar para convertirse en habitual.
Absorta en todo el ruido que le habían metido en la cabeza, no se da cuenta de que el agua rebosará. Se marea un poco teniendo la sensación de que caerá y se controla, cerrando el grifo instintivamente, dejando el nivel a dos palmos del borde.
Deja caer el albornoz con un sutil movimiento de hombros, dejando atrás todo lo que pesa. Da un paso en el aire con pies ligeros, pisando ahora la alfombra y no las baldosas que helaban sus pies expandiendo ese frío cada vez más, intentando llegar a su corazón como muchos antes intentaron hacer.
Acaricia con suavidad la superficie del agua, como suele hacer con las flores y la hierva que cubren campos y jardines de felicidad y cierra los ojos sin soñar con nada en particular, sintiendo simplemente el instante con las aguas ahora cálidas que corretean entre sus delicados dedos.
Se sumerge desnuda en ese pequeño mundo, en las aguas calmadas. Dejándose caer lentamente introduce el pie derecho y, con los ojos semicerrados, sin necesidad de mantener el equilibrio (pues la gravedad no puede vencerla ahora y levita sobre el suelo), introduce el izquierdo. Con lentos movimientos, sin sentir ni frío ni calor, se moja por completo, sentándose en ese océano sin olas. Dejándose llevar se desliza hasta cubrirse la cabeza, dejando solo las manos apoyadas levemente sobre los bordes y las rodillas dobladas que no sienten dolor, por lo que les da lo mismo estar dentro o fuera.
Y en un instante… Solo durante un instante, pequeño pero profundo, sin necesidad de alargarse, permanece allí quieta y callada, sin necesidad de salir para respirar. Llenándose de la nada. Sintiendo algo indescriptible, pues en ese mismo lugar no existen las palabras.