Paperheart's Factory

Apr 09, 2005 14:05


Entró por la puerta en forma de corazón como hacía todos los días a primera hora, apartando las plantas que cada noche crecían de manera vertiginosa aunque las cortaran todas las mañanas. Ese lugar tenía algo mágico, aunque nunca supo encontrar el por qué.

Todo parecía normal, sigiloso, porque no había nadie, ella siempre era la primera en entrar. Era algo que hacía todos los días, pero era triste pensar que era la última vez que entraba la primera: puede que nunca más volviera a entrar.

El silencio paseaba entre las máquinas, imaginando que estaban siendo utilizadas, vigiladas por los trabajadores, pero esta vez era distinto; porque sabía que nunca más volverían a moverse esos engranajes.

No entendía muy bien el motivo por el que la fábrica de corazones de papel cerraba. ¿Era posible que se hubieran terminado las personas a las que amar?

Todo hubiera sido distinto si nadie se hubiera quitado el disfraz y la música siguiera sonando mientras bailaban en un carnaval permanente.

Las risas nunca más se volverían a escuchar entre esos pasillos llenos de polvo rojo. Pensó que era algo demasiado triste e intentó reírse de nada, pero sus carcajadas sin sentido retumbaron en las paredes de ese grandioso lugar produciendo un eco terrorífico.

Se miró a sí misma. Su ropa parecía llena de purpurina, como la de todas las personas que cruzaban el umbral, pero esta vez era una purpurina sin sol, no tenía ningún tipo de vida. Intentó sacudírsela de encima, pero era algo imposible.

Subió por aquellas escaleras de caramelo que parecían haberse derretido formando tristes estalactitas. Acarició con suavidad el pasamano, liso pero no reluciente como en otras ocasiones. Y fue haciendo lo mismo por todas las mesas que encontró en el segundo piso, porque le gustaba notar ese tacto mágico que todo tenía allí dentro. Era algo extraordinario. Puede que nunca se hubiera parado a pensar en ello, posiblemente porque estaba demasiado acostumbrada a que todo eso existiera, pero le encantaba ese lugar. Fue solo ayer cuando todo era normal, pero ahora ese todo le metía la cabeza en un cubo lleno de melancolía fría.

Podía sentir como si los objetos que ocupaban aquella fábrica la observaran, se giraban a su paso, y la miraban con caras tristes, porque podían entenderla. Se dieron cuenta de lo que ocurría. De que quedarían en el olvido a partir de ahora, aunque fuera ayer un día normal como todos los que le precedieron. No era un fin de semana que los dejaría descansar, eran unas vacaciones de por vida.

Toda su vida la había pasado entre esas paredes, pintadas de colores que estaban impregnados de recuerdos. Y ahora se los quitaban todos.

“Después de todo, que más da- pensó- todos los recuerdos los viví, y no solo quedó parte de ellos en el lugar en el que ocurrieron, sino que muchos pedacitos los guardé en mi memoria.”

Siguió animándose a sí misma, aunque sabía que nada sería igual cuando no pudiera acudir allí para recordar.

Cuando hubo recorrido todos los rincones, sonriendo al encontrar cosas que le recordaban bonitas situaciones, echó una mirada rápida a su interior y se dispuso a salir. Pero había algo que no la dejaba. Notó como las plantas de la entrada se habían adentrado en aquel santuario y se enredaban en sus pies, aferrándose a ella como a su única salvación. Sonrió una vez más. Y aspiró, por última vez, de manera muy profunda, el mágico ambiente que contenía aquel lugar, el que le ayudaría en otros momentos igual que le ayudó en los pasados, y lo guardó consigo para siempre. Bajó la mirada hacia sus pies, donde las verdes ramas entendieron su situación y se aflojaron sin decir nada más.

Cerró las puertas sin llave, porque ni siquiera tenían cerrojo. Miró una última vez hacia atrás y siguió caminando con pasos pequeños, pero ligeros. Alegrándose, no por dejar todo aquello atrás, sino por saber que todo aquello existió.



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